-....Y entonces, el pequeño humano se acercó lentamente a la abuelita que estaba distraída revisando el horno, sin recelar nada, y...
 -¡No, no me sigas contando, no puedo soportar saber que Hansel va a tirar a la pobre bruja al fuegooo...! Oh, ya estáis aquí, perdonad que me haya distraído, estaba leyendo un poco... Puedes irte, Libro, ya seguiremos luego.

¿Qué pasa...? ¿No habíais visto nunca un libro que anda? ¿Para qué os figuráis entonces que les sirven los pies de página...? Bueno, otro día hablaremos de las particularidades de mi modesta biblioteca, hoy habéis venido a que os hable de Cine que sólo se ve en verano. Y éste en concreto, quizá sea mucho suponer que se ve incluso en la época estival, dada su cutrez extrema. Quería despedirme de la sección con una guinda de lo casposo.






Sí, he dicho despedirme, igual que se despide de nosotros el odioso verano. Pero no temáis, queridos cinéfilos míos, que sólo despedimos la sección. Como ahora llegan mis estaciones favoritas, que son el dulce otoño y el delicioso invierno, pienso regodearme en ellas con una nueva sección de cine: Cine que ya tendrías que haber visto, de la que podremos disfrutar a partir de la semana que viene. Pero esta semana, sigue siendo verano, así que a chincharse. Y si creéis que el chistecito de los pies de página era malo, es que no tenéis la suerte de conocer a nuestro invitado de hoy: Jaimito.

Decía de él Albert Monteys (dibujante de El Jueves) que “es como Ally McBeal: si existiera de verdad, sería para fundirle la cara a hostias”. Y en la cinta que nos ocupa, Jaimito contra todos, podéis estar seguros que ese deseo, nos invadirá en más de una ocasión.

Bueno, Jaimito es un niño (...en fin... digamos que ponemos buena voluntad y pasamos de largo el que un tío de cerca de cuarenta, se ponga en la piel de un niño) que vive para vacilar a su familia, a sus vecinos, y a todo el que se le ponga por delante, y de paso, para tocar cualquier culo o teta que se le ponga al alcance. Vive con su hermana, sus padres y su abuelito, quienes están bastante hasta las narices de él, igual que su maestra, el conserje, el director de la escuela y medio vecindario. Y en lugar de unirse todos y lincharlo por el bien común, como estamos en una comedia, le dejan campar a sus anchas.





En su colegio, su maestra repelente está colada por el profesor de gimnasia, que si fuese más idiota, no se encontraría ni la bragueta para mear, y eso que usa cinturilla elástica. Jaimito aprovecha esa debilidad para ridiculizar constantemente a su maestra, pero en una de sus travesuras (bueno... digamos más bien gamberradas propias de un psicópata en ciernes, pero en fin...) se le va un poco la mano y la profesora termina con un brazo en cabestrillo, de modo que tienen que mandar a una sustituta que, como mandan los cánones de éstas pelis, es guapísima y no tiene inconvenientes en hacer un desnudo integral.

Claro está, Jaimito se encapricha de ella al momento y no duda en hacer las mil y una monerías para intentar serle simpático, y para conseguir ver o tocar todo lo visible y tocable, al punto que apuesta con sus compañeros (que sí son niños, y vamos a dejar para otro momento la conveniencia de rodar una peli de estas características con menores de edad en ella. Eran los ochenta, la corrección política no se había inventado) a que consigue que la profesora se enrolle con él. Pero Jaimito no será el único que caiga preso de los encantos de la nueva profesora; el profesor de gimnasia también se verá atraído por ella, lo que le pondrá en el punto de mira de nuestro antihéroe. 


Alvaro Vitali no era actor. En realidad, era un electricista que había intentado ser cómico y payaso y que tenía que hacer chapucillas para comer. En su día, su carita de pan cayó en gracia a Federico Fellini, quien le dio un pequeñísimo papel en Satirycon y volvió a requerirle para algunas producciones, entre ellas la famosa Amarcord, donde saltó a la fama y se hizo un hueco en la comedia. A partir de ahí, llegaría el boom del subgénero de la comedia erótica, donde se hizo realmente famoso en Italia, y en menor medida, también en España.

Hoy día, esto puede parecer absurdo, pero en la década de los ochenta, tuvieses veinte años o cuarenta, era preciso reunir mucho valor para comprar una revista estilo Playboy en tu quiosko de toda la vida, y que no se te cayera la cara de vergüenza. No digamos ya entrar en un cine porno (que en España, se legalizaron en 1984. Hasta entonces, Franco las podía ver en su casa porque era él, pero el resto de la grande y libre, tenía que salvaguardar su pureza moral y ser la reserva espiritual de Occidente.). Tu madre o tu mujer te la montarían parda si te encontraban “una revista guarra” en casa, y todo lo que se saliese de “sexo dentro del matrimonio y para procrear”, era pecado y degradación.... Así que prácticamente la única manera de ver tetas sin que nadie se metiera contigo, era viendo este tipo de producciones, que aquí tuvieron su homólogo con las cintas de Fernando Esteso y Andrés Pajares. Pura caspa, sí, pero representativas de una manera de pensar y de una época. 


Conforme el vídeo doméstico fue entrando en los hogares y se impuso el formato vhs, los videoclubs ofrecieron la posibilidad de alquilar todo tipo de cintas.... TODO tipo de cintas. Y aunque la vergüenza era similar, se trataba de un producto que los propios dueños de los centros de alquiler de cintas SABÍAN que alquilaban con mucha asiduidad y hacían la vista gorda. De hecho, los primeros videoclubs solían tener las cintas X en una habitación aparte, separada con una cortina, para evitar que los niños inocentes o los adolescentes curiosos, mirasen lo que no debían. Idea llena de buenas intenciones, pero que hacía preciso dar el paso para acceder a la sala X, con lo que los videoclubs no se comían un rosco en ese género, al punto que muy poco tiempo más tarde, la susodicha cortina desapareció y las cintas porno se vieron integradas con el resto de sus compañeras; al principio junto a las cintas de terror y acción (por aquello de que también eran para mayores...), después junto a las comedias, y por último, junto a las cintas infantiles. Sí. Porque mientras el niño miraba las pelis Disney, el padre o el hermano mayor (o madre o hermana, por qué no...), miraban otro tipo de cintas. Y si al niño se le escapaba una mirada, tomaba buena nota de a qué videoclub acudir cuando pudiese hacerlo.


La normalización del porno en vídeo hizo que éstas películas perdiesen su razón de ser, y el subgénero de la comedia erótica se olvidó con la misma rapidez que fue creado. En el fondo, la comedia erótica era un “quiero y no puedo”, un pretexto para ensañar carne y picardías en una época en la que no era así de fácil encontrarlos, y menos de forma discreta. El personaje de Jaimito, encarnado por Alvaro Vitali, tuvo varias secuelas, como Jaimito delantero centro, Jaimito médico del seguro, Jaimito Huracán... y la comedia erótica se convirtió finalmente en lo que siempre debió haber sido, adaptándose al mismo porno que las desbancó, en cintas como “La verdadera historia de Jaimito Huracán”, con Roberto Malone bajo la piel de Jaimito. Y a nadie le importa quién me ha informado de éste último dato. 


"Me gustaría ver al Gran Leslie intentar hacer ésta acrobacia". Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.