Los animados sonidos de la guitarra de Pat Martino (recordadme que os hable un día de él) acarician mis oídos mientras exhalo humo de mi narguilé y dejo simplemente que mis pensamientos vaguen… El mundo está lleno de sonidos, pero la música, con frecuencia, no precisa palabras para expresar sentimientos. Hubo un tiempo, en realidad no hace tanto si pensamos en términos relativos, en que en el cine, también sucedía así: las palabras no existían en él, y los actores debían expresarlo todo con sus ojos, con sus gestos… Chaplin, Keaton o Valentino fueron muy grandes en ese arte, que ellos consideraban puro, dado que para hablar y apoyarse en las palabras, existía ya el teatro; el cine debía ser pura emoción, sentimiento y no diálogo. Pero la técnica adelantó al arte, y el cine sonoro, entretenimiento por el que un principio nadie daba dos reales, se impuso. Y su imposición cambió el cine para siempre. Y como el cine imita a la vida y al propio cine, hoy vamos a hablar de una cinta que narra precisamente una historia en aquél momento: Cantando bajo la lluvia.


 



  

 
Cantando bajo la lluvia, es una de esas películas como Lo que el viento se llevó o Ciudadano Kane, que con frecuencia la gente finge haberlas visto cuando en realidad sólo han visto una secuencia o tienen una idea muy somera acerca “de qué va”. Para que al menos podáis hablar de ella con propiedad y no os pesquen en un renuncio si os hacen una pregunta, os diré que la acción nos lleva al emblemático Teatro Chino de Hollywood (edificio en el que, durante los años cuarenta se celebró la entrega de Oscars durante varios años y punto clave en general de los estrenos más famosos. Si algún día vais por allí, recordad que el suelo, es tan importante como la fachada; allí están las huellas de un sinnúmero de actores/trices, incluyendo a Emma Watson, Rupert Grint y Daniel Radcliffe), donde va a tener lugar el estreno de la última película  de la pareja de moda: Don Lockwood y Lina Lamont. Lockwood (Gene Kelly) nos cuenta en un flashback con muchos eufemismos cómo conoció a su mejor amigo, llegaron al cine para hacer carrera y conoció a la bella Lina. Después del estreno y camino de una fiesta, el coche que lleva a Lockwood y Brown, su mejor amigo, sufre una avería, y ante un aluvión incontenible de admiradoras, nuestro protagonista escapa y cae en el coche de la joven Kathy, quien no sólo no le conoce, sino que le menosprecia abiertamente en su profesión de actor de cine. Eso herirá el desbordado ego de Lockwood, pero no será lo único que le haga reconsiderarse cosas; esa misma noche le enseñan una película hablada, y poco después se estrena la mítica cinta sonora “El cantor de jazz”, que consigue un éxito tremendo y fuerza a la productora a lanzarse a ese nuevo sistema técnico. Y ahora viene cuando la matan: Lina Lamont, su bellísima (e insoportable) pareja cinematográfica, la mujer hermosa y delicada que los hombres desean y a quien las mujeres anhelan parecerse… tiene una voz de pito ridícula y espantosa. 

     Cantando bajo la lluvia, estrenada en abril del 52, nos lleva a una época de profundos cambios en el
mundo del cine. El paso del cine mudo al sonoro hizo que muchas estrellas del primero se eclipsaran de mala manera. Lo que había dado resultado sin palabras, no lo daba ya con ellas; lo que había parecido sensual, resultaba ridículo; lo romántico, cómico; lo dramático, artificioso. Grandes actores y actrices se vieron obligados a retirarse, los más afortunados con discreción, los menos, en medio de la rechifla general; fuera como fuese, no volvieron a dejarse ver e hicieron vida retirada, llegando al drama del suicidio o el autoengaño en muchas ocasiones. Actores como Charles Chaplin decidieron, a la vista del peligro que corrían, no hacer hablar jamás a sus personajes, y así, en sus cintas posteriores al sonoro, podemos ver que los demás personajes hablan, pero él jamás lo hace, método que décadas más tarde adaptarían otros muchos cómicos como Rowan Atkinson, más conocido como Mr. Bean, o Benny Hill (esto les servía no sólo para centrarse en la comicidad gestual, sino también para ser entendidos en prácticamente cualquier sitio). 

      A partir de la llegada del sonoro, el cine se revolucionó y fueron posibles elaborados largometrajes con tramas intensas, ya que no sería preciso recurrir a carteles para explicar lo imprescindible, y el espectador no se aburriría leyendo o con una trama excesiva. Como Hollywood todo lo aprovecha para la espectacularidad, de inmediato los musicales de Broadway fueron adaptados a la gran pantalla, haciendo que los actores cantaran y bailaran. Durante la década de los veinte, los actores/trices debían ser atractivos, desenvueltos y tener una cierta forma física. De los treinta en adelante, lo primero que tenían que saber hacer, era hablar y pronunciar de forma impecable, sentir el texto y saber cantar. Lo que en los primeros tiempos del cine habría sido una herejía, ahora era explotado hasta la saciedad. 



    Cantando bajo la lluvia data de la época en que los musicales estaban en su mayor apogeo, las canciones en las películas no eran consideradas fuera de lugar, sino algo que las hacía más atrayentes y les daba más vitalidad. Bailarines como Fred Astaire o Mickey Rounnie hicieron su agosto bailando hasta por el techo (literalmente), pero Kelly siempre sería el más enérgico y de mayor estilo de todos. De él se decía que era “el único hombre que podía bailar sin afeminarse” (opinión que, después de ver Siete novias para siete hermanos, yo encuentro discutible, por más que me guste Kelly). Durante la década de los cincuenta, los Estados Unidos vivían muy bien (quienes vivían bien, claro está) y las obras cinematográficas y superproducciones de la época muestran esa bonanza en una sociedad que había dado una patada a Hitler y al nazismo, y que se había quedado con un interesante proyecto llamado “autopista”, que dio trabajo a miles de obreros en todo el país, que convirtió el coche en un medio imprescindible y que hizo que la vida urbana se desplazara de las ciudades al extrarradio para ocupar monísimas casitas unifamiliares con patio y piscina, neveras, cocinas eléctricas y todo tipo de adelantos que convertían a Norteamérica en el país que Europa quería ser cuando fuese mayor.

    Finalmente, os dejo con la escena emblemática que da título a la película. Lockwood estaba desesperado por su porvenir como actor tras hacer una cinta sonora catastrófica, y merced a una genial idea de su amigo Brown, las cosas parecen ir mucho mejor, “para mí todo es luminoso y el sol brilla por todas partes” (y quien diga que nunca ha chapoteado bajo la lluvia, se ha puesto bajo un canalón, ha saltado en los charcos o ha abierto la boca para beber un montón de gotas, está mintiendo como un bellaco):




Cantando bajo la lluvia es una cinta que tira hacia la comedia, entretenida y con momentos realmente muy divertidos. Pero es un musical, y puede hacerse árido si no estás acostumbrado a ese tipo de cine. Cinefiliabilidad 5


“¡Venga alguna vez a visitar a éste gordo viejo, hermanita!” Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.