-¿Y con el implante nuevo, ya mejor? – pregunto, y Vladi me obsequia con una enorme sonrisa llena de colmillos.

     -¿Te apetece probar lo “mejor” que está…? 

    -¡Pues que no te pase nada! ¡He comido pollo al ajillo!

   -¡Ecs…! –Vladi hace un gesto de asco y retira un poco su sillón del mío cuidando de no derramar su té de sanguino.  La semana pasada, jugando a piñata, le pegué un estacazo sin querer, le acerté en plena boca y le partí varios dientes y un colmillo, pero ahora ya se los han arreglado; el dr. West tuvo la amabilidad de atenderle a deshoras porque el día siguiente no abriría su consulta. Había previsión de nieve, y quería comprobar su hipótesis: “En una nevada, al menos DOS copos son iguales”. Luego me pasaré a llevarle una ollita de caldo, porque menudo catarro ha cogido… Pero yo sé que no habéis venido a leer los ecos de suciedad de las Montañas Oscuras, sino a que os deleite con una nueva crítica de cine, que también tiene su poquito de costumbrismo, si bien sería quizá la aventura la nota dominante en ella: Bailando con lobos.



    

Nos encontramos en la segunda mitad del siglo XVIII, en los Estados Unidos, plena guerra de Secesión (1861-1865), los “azules contra grises”. Los estados del Sur, la llamada “Confederación” quería proclamar su independencia territorial y económica de los estados del Norte, La Unión. Los nordistas tenían una economía industrial y obrera, eran contrarios a la esclavitud, mientras que los sudistas tenían una economía agraria y latifundista, y para conservar sus riquezas querían que la esclavitud siguiera, de ahí su deseo de independizarse y no plegarse a las leyes abolicionistas que proponía Abraham Lincoln. El sur de los Estados Unidos siempre ha estado ligado a mayor pobreza, ignorancia, y racismo; no podemos decir que las cosas comenzaran en 1861, pero sí tuvo su importancia. Bien, en un pequeño alto el fuego de una de las batallas, un joven sargento de la Unión encarnado por Kevin Costner ha recibido una herida importante en la pierna y han de amputarle el pie. El soldado no quiere vivir siendo un lisiado y se le ocurre intentar una arriesgada acrobacia para que el enemigo lo mate, de modo que monta a caballo y cruza a toda velocidad la línea de fuego y, como la suerte es así de graciosa, sale ileso.

     Su intento de suicidio es tomado por una muestra de fenomenal valentía y devuelve la moral a sus tropas, lo que le vale una operación sin amputación, un ascenso, libertad para escoger su destino y hasta el caballo que cogió prestado. El actual teniente decide ir a la última frontera, a territorio indio, a un fuerte enano y perdido de la mano de Dios del cual las tropas han huido. Pero allí encontrará unos vecinos muy singulares, una tribu india para los que su presencia, para unos constituye una amenaza, y para otros un motivo de curiosidad humana. 
 



    
Rodada en 1994, Bailando con Lobos, como cualquiera otra cinta, está marcada por su época y las  modas de la misma. A diferencia de lo sucedido en la última mitad de los ochenta, donde el éxito se medía por las cifras de tu cuenta bancaria, el lujo era no sólo aceptado sino casi exigido y nació un nuevo dios llamado Codicia, con los noventa, cambió el modo de pensar. La administración Clinton volvió a poner fondos en becas y ayudas sociales y a subir los impuestos de los ricos para financiar estas causas, algo que Bush y Reagan había rechazado hacer durante sus respectivas legislaturas (recordemos que en el modo de pensar anglosajón y norteamericano, todo el mundo tiene las mismas oportunidades, de modo que quien no logra triunfar es por pereza, estupidez o maldad, así que no se merece que alguien apto y trabajador gaste su dinero en él). De repente, ser abiertamente ambicioso u ostentoso, había pasado de moda y estaba mal visto, debías preocuparte de los que no estaban tan bien como tú, debías preocuparte más de tu interior, de cultivar tu espíritu en lugar del materialismo. En medio de aquél modo de pensar, la cultura nativa americana se puso de moda.

    El teniente va a lo que él considera un paraje hermoso (y resulta ser más hermoso aún de lo que él esperaba)y se las apaña para vivir con poca cosa, sacando provecho de lo que tiene a su alcance y reduciendo al mínimo su impacto sobre el terreno que le rodea, de modo que éste, representado en la piel del lobo Calcetines, le hace saber que le acepta y que quiere ser amigo suyo. Los indios, desconfiados por lo general con el hombre blanco y hasta agresivos (“Uno conquista a unos tipos, los vence, los invade, los ocupa, ¡y luego, sin el menor motivo, se vuelven contra uno!” Si no coges ésta frase, tienes que leer más Asterix), deciden hablar con él pacíficamente al ver que se trata de uno solo y que no parece tener malas intenciones. El teniente, hombre perfectamente civilizado, educado y que da la impresión de tener una aceptable cultura, se vuelca con aquella gente y desea por encima de todo ser aceptado y comprenderles. Hombre blanco e indios ansían comunicarse y conocerse, se adoptan mutuamente y conviven en paz, enviando al espectador un mensaje amable que no resulta artificioso ni falso. 


    La película nos muestra los hermosos paisajes americanos y una historia que, aunque pasa las tres horas largas, no llega a hacerse pesada en ningún momento. Bailando con lobos tuvo doce nominaciones a los Oscar, de los que ganó siete, entre ellos los más codiciados de mejor película y director. La cinta se convirtió en la sensación del año y el atractivo Graham Greene (Pájaro Guía) logró conseguir algunos papeles de importancia más, entre ellos junto a Bruce Willis en Jungla de Cristal 3. Ese mismo año, muchos descendientes de indios americanos se dejaron fotografiar vistiendo ropas ceremoniales de sus antepasados para calendarios, posters y similares, coronadas por frases y citas estilo: “La tierra no es un regalo de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos” o “De todas las promesas que nos hizo el hombre blanco, sólo cumplió una: la de echarnos de nuestras propias tierras y diezmarnos”. Tener en casa una pipa de la paz o un tapete indio, ya no era hortera, sino mestizo, alternativo, ecologista, tolerante… guay. Y estaréis pensando “¿Me estás diciendo que primero los mataron, y luego los vendieron al peso por todo el país?” SÍ, así fue exactamente. ¡Bienvenidos al capitalismo! (Eso sí, el malo de la Historia, siempre será Cristóbal Colón).

     El éxito de Bailando con Lobos dio pie a que Kevin Costner se lanzase a contar historias como un cosaco, dispuesto a repetir el éxito. Su sistema de protagonizar, producir, hacer el guión y dirigir (de él se decía que “no hacía películas: se masturbaba”) había dado muy buen resultado en Bailando con lobos…  La pega fue que Waterworld, que costó una barbaridad y recaudó bien poco (a nadie le sedujo la idea de ver Mad Max en el agua), no fue un buen segundo paso, sino más bien un hundimiento en la tierra. Y después llegó The Postman, Mensajero del futuro que colocó la lápida en el hundimiento anterior. Me tragué más de tres horas de película y al final admito que me fui a dormir aburrida y harta, porque aquello no tenía visos de terminar, y encima era un peñazo. Kevin Costner podría haber seguido como actor, no era malo, pero su manía de dirigir le convirtió en flor de un día y dejó a Bailando con Lobos como su única joya… pero de todos modos, joya. 



   Bailando con Lobos no se hace larga, pero es larga. Es muy bonita y también muy triste. Cinefiliabilidad 7.


     “¿Inisfree…? Sígame” Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.