El Tío Creepy y yo nos miramos con gesto de fastidio, sosteniendo un montón de cajas cubiertas de polvo. ZombiD ha desaparecido, ¡en cuanto hay que arrimar el hombro, se pierde con más facilidad que los alambritos del pan Bimbo! Mi tiíto me guiña un ojo y deja sus cajas en el suelo. De la chaqueta, se saca una tableta rectangular, envuelta en papel de colores brillantes. Sonrío.

    -Bueno, he pensado que como tú y yo, vamos a poner el árbol y toda la decoración, bien podemos darnos un capricho y estrenar el turrón, ¿no crees? - me dice con toda intención. - Sé que habíamos dicho que no íbamos a tocar ningún dulce, pero ya que nos tomamos el trabajo...

    -Me parece muy bien, ¿y qué turrón has escogido? - pregunto, alzando un poco la voz. 

    -Un turrón muy especial... El turrón de bayas de saúco del cementerio. - sonríe abiertamente el tío.

   -¡Hala! ¡¿El turrón ARTESANAL de bayas de saúco que sólo hacen las hermanas Brewster una vez cada tres años...?!

    -¡Justo ese! ¡Y como nadie va a enterarse, podemos bajarnos la tableta entera entre los dos, ¿te parece?!

   -¡ALTO AHÍ! - ZombiD sale de detrás de mi escritorio - Lleváis dos años hablando de ése turrón, ¡no pienso esperar otros tres para probarlo, quiero mi parte! 

    -¡Estupendo, entonces empieza a ayudarme a montar el árbol, que pesa un rato y medio! - Y los tres juntos empezamos a poner el árbol de Navidad, porque ya empieza nuestra temporada de cine navideño, y para estrenarla, nada mejor que un clásico de la misma: De ilusión también se vive, también conocida como Milagro en la calle 34.





    
Estamos en el día de Acción de Gracias (que como sabemos, es el último jueves de Noviembre, el día anterior al Viernes Negro, fecha que se considera el inicio de las fiestas -¡y las compras!- de Navidad), y un adorable ancianito muy educado pasea por las calles de Nueva York admirando la decoración y enmendando amablemente la plana a los escaparatistas acerca de la colocación de la misma. En su periplo, da con el desfile de los grandes almacenes Macy´s, y con el Papá Noel que encabeza el mismo, quien resulta estar bebido. De inmediato,  Doris la organizadora (una guapísima Maureen O´Hara) lo despide, pero se encuentra sin Santa Claus y con el desfile a punto de empezar... Se fija en el hombre que le ha indicado que su Papá Noel estaba "indispuesto", y resulta que es un Santa tan perfecto que ni el de Coca Cola, y le ofrece de inmediato que ocupe su puesto, a lo que el abuelito  que dice llamarse Kris Kringle, accede, y queda contratado para toda la campaña de Navidad de los almacenes.

Los niños se encandilan de inmediato con el nuevo Santa Claus, pero es una niña en particular la que llamará la atención del anciano. Susan, de apenas nueve años de edad e hija de Doris. La pequeña, a diferencia de los niños de su edad, sabe perfectamente que Santa Claus no existe, y que Kringle sólo es un hombre simpático vestido de rojo. Su madre, abandonada por su marido, ha preferido hacer que la niña viva desde su niñez en la realidad y no en fantasía alguna, en un intento de quizás ahorrarle en un futuro una desilusión como la que ella vivió cuando confió en un hombre que no era digno de esa confianza. Su actual vecino, abogado de profesión, considera que los niños tienen derecho a tener ilusiones y fantasías, y está deseoso por volver a hacer prender en Doris la chispa de la ilusión, por más que ésta no desee volver a sentirla, pero empezará a tener dudas cuando su Papá Noel, Kringle, empiece a decir que él es el auténtico Santa Claus. 

    Kringle, en su papel como Santa Claus del centro comercial, atenderá magníficamente a todos los
niños (secuencia para llorar: Kringle atendiendo a una niña extranjera que ha sido recientemente adoptada y aún no sabe inglés; el abuelito se arranca a hablar en la lengua natal de la niña para preguntarle qué quiere por Navidad y hasta cantan un villancico juntos, ante la emoción de su madre. Kringle dice sencillamente que Papá Noel, tiene que entender cartas en todos los idiomas. En el remake, hicieron que fuese una niña sorda, y Kringle también habló con ella con lengua de signos) y no se cortará un pelo en mandar a sus madres a otras tiendas si sabe que en Macy´s no tienen lo que un niño quiere para Navidad... esta salida, que en un principio parece desastrosa, provoca la reacción contraria: todo el mundo piensa que los almacenes Macy´s son una tienda humana y que busca la satisfacción del cliente por encima de todo, aún si es preciso mandar a un cliente a la competencia para ello, y se vuelcan con la tienda. Todos sabemos que el último fin de la publicidad, no es convencernos de que somos únicos, o guapos, listos... sino hacer que compremos algo determinado. En ésta época del año, las compañías pretenden humanizarse, en un intento de llegar a nuestro corazón para así conseguir que les elijamos a ellos y no a sus competidores. Anuncios como el de los humoristas españoles yendo a visitar a su "maestro", o el de éste mismo año de Loquillo, Alaska y otros tantos contándonos qué hacen y cómo vivían y viven ellos la Navidad, pretenden tocarnos la fibra de la sensibilidad. Esto, no es algo que se haya inventado anteayer, y lo vemos en la cinta que hoy nos ocupa: los almacenes que tienen al mejor Papá Noel, se llevan de calle el consumo, pero Kringle, que no es ningún publicista sino sólo un hombre bueno, no duda en mandar a la gente a la competencia si con eso sabe que van a obtener lo que desean... esa "torpeza" suya, se convierte en la mejor estrategia de márketing nunca vista. Eso causa que la competencia enloquezca de envidia e intente por todos los medios desprestigiar a Kringle. Cuando se enteran de que el anciano se toma por Santa Claus, les falta tiempo para acusarle de loco e intentar que sea encerrado en un centro de salud mental. 




En 1947 la Segunda Guerra Mundial hacía poco que había tocado a su fin, y aún habiendo "ganado", los Estados Unidos habían sufrido como cualquiera que hubiera intervenido (de buen grado o por la fuerza) en la peor contienda de la Historia. Sin embargo, y paradójicamente, el sufrimiento de parte de la población que había dejado en ella hijos, padres, o maridos, había servido para colocar a Norteamérica a la cabeza del mundo de forma definitiva. Los Estados Unidos eran la primera potencia mundial, y se les notaba, y durante mucho tiempo vivieron enamorados de sí mismos (muchos, todavía lo están, pero en aquél momento, no existían los Michael Moore, y si existían, nadie les hacía el menor caso). En aquélla época, la gente deseaba olvidar la guerra, dejarla atrás cuanto antes, y una buena forma de ello, era refugiándose en la fe, en cualquiera de los nombres de Dios... o en Santa Claus. 

    También fue en esta época en que las mujeres empezaron a salir de sus casas y trabajar. Primero, como sustitutas de sus esposos en el frente, y más tarde por ellas mismas. Bien es cierto que la mayoría de las mujeres que ocuparon puestos de trabajo durante la guerra, los abandonaron al finalizar ésta, porque los hombres ya habían regresado y su labor era llevar el pan a sus casas, mientras que la labor de ellas, era cortar en rebanadas ese pan y tostarlo para su marido e hijos. Una mujer trabajadora, era una excepción, y el personaje de Doris que vemos en la cinta, era precisamente esa excepción... y precisamente por eso, la historia nos la pone en el papel de una mujer extraordinariamente fuerte y responsable, exigente consigo misma y con su hija. Tanto, que no la deja ser una niña. La película es una cinta familiar y todos sabemos que Doris y su atractivo vecino van a terminar juntos de todas todas; todos vemos que la niña está encandilada con la idea de tener un papá y una familia "completa" a pesar de que viviendo con su madre no le falte de nada; sabemos que la cinta es buenista, optimista, navideña en toda la palabra... pero estábamos en los años cuarenta, y es un poco machista también. Doris es tan fuerte, que no es una mamá de cuentos y poesías, sino una mujer fuerte que ha tenido que defenderse en un mundo de hombres y sabe que su hija también tendrá que hacerlo, e intenta darle armas para conseguir sobresalir como ella ha hecho... pero la cinta nos induce a pensar que no está haciendo lo "correcto". Que lo "ideal" sería ser más cariñosa, más blanda, y enseñar a su hija esa misma blandura, porque no es preciso que una niña sea tan fuerte como lo es ella. 

Tampoco podemos obviar el hecho, terrible y aterrador si lo miramos desde fuera, del planteamiento
de la mentira de la cinta. Según el abogado que defenderá a Kringle, "es mejor una mentira que nos haga sonreír, a una verdad que nos haga llorar". Desde luego que todos queremos tener ilusión, que creer es maravilloso. Todos hemos sido niños y hemos vivido la ilusión de los Reyes Magos, y la seguimos viviendo a través de nuestros hermanos pequeños, hijos o sobrinos. Durante la niñez, la ilusión de la Navidad es irrepetible, es un tesoro que guardas toda tu vida: los nervios, la incertidumbre, la impaciencia, la magia de la noche de Reyes, el levantarte mil veces a ver si "ya han venido", y la magia de ver allí los regalos y que han desaparecido la leche y las galletas... no tiene precio, y es una mentira de la que todos participamos y nos parece bien a cambio de hacer felices a los niños. Pero no debemos defender por ello a ultranza que la mentira agradable es mejor que la verdad incómoda. Parte de nuestro proceso de crecimiento como personas es aceptar esto, nos guste o no. El problema viene cuando una sociedad supuestamente adulta, prefiere vivir en una mentira y no saber nada de lo que sus gobernantes hacen o deshacen en otras partes del mundo (o saber sólo cosas como "vamos en misión humanitaria... vamos en misión de paz..."), y escudarnos en que es mejor que los gobiernos nos edulcoren la realidad para evitar que pueda haber disturbios sociales. 

De ilusión también se vive tuvo un remake en 1994 con Richard Attenborough (el abuelo de Jurassic Park) haciendo de Kris Kringle y Mara Wilson (la niña Matilda) como Susan, titulada en España Milagro en la ciudad. De ilusión también se vive es una cinta tierna y divertida, muy familiar y bienintencionada, ideal para ser un niño durante hora y media y verla sentado en la alfombra, junto al árbol de navidad, con una buena taza de chocolate caliente y comiendo dulces y nueces. Cinefiliabilidad 2, lo que significa que es facilísima de ver y podéis verla con niños. 



"¡Bah... paparruchas!" Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine. Y leer a Dickens.