“Las pelĆ­culas deben empezar con un terremoto, e ir creciendo en acciĆ³n”, Cecil B. de Mille dixit, y quĆ© bien dixit. La cinta que nos ocupa hoy cumple Ć©sta premisa hasta la mitad, pero la otra mitad, ya no tanto. 

En el metro de Tokio, 54 colegialas se sitĆŗan en el andĆ©n esperando la llegada del tren. A pocos segundos de que llegue, las niƱas se toman de las manos y coreando “a la una, a las dos y a las tres”, se lanzan a las vĆ­as. Lo que sigue es una carnicerĆ­a que rĆ­ase usted de Tarantino. El detective Kuroda serĆ” el encargado de llevar lo que en principio parecĆ­a una investigaciĆ³n rutinaria, pero tomarĆ” carices mucho mĆ”s siniestros cuando aparezca un extraƱo “club del suicidio”, una pĆ”gina web que lleva el recuento de cada nueva muerte y un macabro “souvenir” oculto en una bolsa de deportes. 

PrĆ”cticamente todas las sociedades capitalistas tienen un problema con el suicidio. Problema del que, por miedo al riesgo del “contagio”, no se quiere hablar (mi profesor de Historia de Tercero de BUP nos contaba que, aƱos atrĆ”s, una determinada novela habĆ­a sido suprimida del temario de COU porque el protagonista se suicidaba, y era llegar Abril-Mayo y entre la selectividad, la incertidumbre del futuro, familia, amigos… rara era la semana que no tenĆ­as que salir pitando para Urgencias con alguien que habĆ­a intentado La TonterĆ­a. El suicidio es muy contagioso), pero que estĆ” ahĆ­. Personas que se sienten despojadas de su humanidad o su dignidad, que sienten que no dan la talla, que estĆ”n en un mundo que detestan y del que no pueden escapar, o que se sienten atrapadas de cualquier otro modo y no ven mĆ”s salida que quitarse la vida, pululan por nuestras ciudades dĆ­a a dĆ­a, camino de su autodestrucciĆ³n. Es algo que pasa y si buscamos las cifras, estas son escalofriantes, pero aun asĆ­, hay sociedades en las que este fenĆ³meno se da con mayor intensidad. La japonesa es una de ellas. 



Todos conocemos (y si no, aquĆ­ estoy yo para ello) la tĆ©trica existencia del “bosque de los suicidios”, un lugar llamado Aokigahara (literalmente “mar de Ć”rboles”) y situado al noroeste del Monte Fuji, que ha cobrado una triste notoriedad para acoger a los suicidas, dado que aquĆ©llos que, con su muerte, ocasionen algĆŗn gasto (que descarrille un tren, que causen un accidente), saben que Ć©ste repercutirĆ” en sus familias tras su muerte. En el bosque no hay posibilidad de provocar “daƱos colaterales”, asĆ­ que mucha gente lo lleva escogiendo como lugar para quitarse la vida desde hace mĆ”s de cuatro dĆ©cadas, lo que ha llevado a las autoridades a colocar carteles en el bosque pidiendo a los visitantes que reflexionen, que su vida es valiosa para sus familiares y que por favor no atraviesen el bosque solos, asĆ­ como a organizar batidas periĆ³dicas para retirar los cadĆ”veres hallados en Ć©l. Si bien el suicidio es algo que no puede ser erradicado por completo, se puede tomar como un barĆ³metro de la salud de una sociedad determinada: a mayor nĆŗmero de suicidios, mĆ”s insalubre es esa sociedad. 

El club del suicidio forma pues, parte de una crĆ­tica social hacia esa misma sociedad que deshumaniza a los seres humanos, sĆ³lo tiene para ellos exigencias y deberes, pero ningĆŗn derecho y donde las criaturas estĆ”n cada dĆ­a mĆ”s solas y separadas unas de otras y de sĆ­ mismas, y que al mismo tiempo tacha al suicida de cobarde y dĆ©bil, y le niega cualquier atenciĆ³n previa a su muerte alegando el riesgo de contagio que decĆ­a mĆ”s arriba y tomĆ”ndole por alguien histĆ©rico o deseoso de atenciĆ³n si no lo lleva a cabo. Desgraciadamente, pese a partir de una premisa interesante y de un principio tan prometedor, la cinta se convierte en un amago que finalmente no da, seduciĆ©ndonos con un principio atrayente de horror e intriga, pero cayendo en la segunda mitad en un desconcierto absoluto que nos induce a pensar que el director ha perdido el norte. Varias tramas en un film de las cuales varias quedan abiertas y de las cerradas, ninguna lo hace de forma eficaz y contestando preguntas, sino simplemente cortando abruptamente el argumento. De acuerdo que esto deja al juicio del espectador la conclusiĆ³n, pero tambiĆ©n da impresiĆ³n de pobreza resolutiva en la trama. 

El club del suicidio inspirĆ³ un cĆ³mic homĆ³nimo, escrito y dibujado por Usumaru Furuya y publicado en EspaƱa por la editorial Milky Way, que comienza de la misma manera, pero de inmediato sigue unos derroteros completamente diferentes, dado que una de las colegialas sobrevive, muy a su pesar, dado que se trata de una chica que se lanza a prĆ”cticas masoquistas, drogadicciĆ³n y sexo en su afĆ”n autodestructivo, mientras que su mejor amiga trata de ayudarla, investigando para ello el secreto “club del suicidio” al que la protagonista pertenece. El cĆ³mic ofrece una historia mĆ”s concreta y firme que la de la cinta, y se vendĆ­a conjuntamente con el dvd de la misma en JapĆ³n. 

El club del suicidio es una buena muestra de lo que puede suceder cuando una cinta se empeƱa en querer sorprender en exceso al espectador, y es que el argumento se pierde de vista en favor del efectismo. Los detalles se hacen mĆ”s importantes que la trama en sĆ­ y la sensaciĆ³n final es de desaprovechamiento de una historia que podĆ­a haber dado mucho mĆ”s de sĆ­ y se queda en algo decepcionante. 

“Diez personas a cenar, y les sirvo aire caliente” Si no coges Ć©sta frase, tienes que ver mĆ”s cine.