(Los ya familiares primeros compases de Tocata y Fuga en Re menor os reciben mientras llegáis al tenebroso castillo que es mi humilde morada (Sólo me quedan 75.000 cómodos “piazos” por pagar al Bank Piro).  Fred Kruegger, con su delantal blanco, termina de pasar la mopa por mis aposentos mientras canturrea “…por un beso que le di en el puerto a una dama que no conocía, por un beso que le di en el puerto, han querido matar mi alegríaaa…”. Me doy la vuelta en mi sillón, y le lanzo un guiño a Freddy, quien me responde con un rugido amistoso, y se marcha).  Bienvenidos una vez más a mi modesto sillón, cinéfilos queridos. Por favor, tomad asiento y servíos te. ¿Qué es eso? Oh, no habréis traído un pastel, ¿para qué os habéis molestado…?  Ay… me haréis enfadar. Y mira, precisamente de eso, trata nuestra película de hoy: “…Y si no, nos enfadamos”. 



 
     Corría (más o menos a una velocidad de 24 horas por día) el año 1967, y un deportista (boxeador, campeón italiano de natación y semifinalista olímpico del mismo deporte) llamado Carlo Pedresoli, se metió a actor y coincidió con un tal Mario Girotti, actor también, en una cinta de spaghetti western titulada “Tú perdonas… yo no” (“Dios perdona, yo no”, en el italiano original). La cinta, aunque rodada con un subtono desenfadado, distaba aún de las producciones que vendrían más tarde, pero ya juntó a la pareja protagonista que hizo las delicias de niños y grandes en videoclubs, cines de verano y tardes tontas en general. Carlo Pedresoli era más conocido como Bud Spencer (escogió ese nombre porque le gustaba el actor Spencer Tracy y la cerveza Budweisser. Pa chulo, él), y Mario Girotti como Terence Hill (el nombre de pila no sabemos de dónde viene, pero el Hill era en honor a su madre, Hildegard, una alemana de quien heredó su cabello rubio y sus ojos azules, que de haber nacido cuarenta añitos más tarde, hubieran hecho de él un Jaime Lannister PERFECTO. 

'Amos, me diréis que no... 


      Bien, la cinta que nos ocupa tiene la curiosidad que, además de ser coproducción hispano-italiana (como muchas, o casi todas…), se rodó en Madrid, y en los títulos de crédito podemos ver a Kid (Hill) llegar con su camión a la capital por la M30, ¡y ni siquiera estaba construido el scalextric de la Paz! El caso es que Kid llega a la ciudad con un propósito, y no es únicamente el de saludar a Ben (Spencer), sino el de participar en un rally en el que TAMBIÉN participa Ben. Como eran los años setenta, los rallys no eran como ahora, que hay boxes y mecánicos a mogollón y medidas de seguridad a punta pala… ahí, no. Ahí las curvas cerradas, las tomaban sacando un brazo por la ventanilla y agarrándose al primer árbol que pillaran. Vamos, un rally un poco asesino, pero con bastante emoción y polvo. El caso es que después de una carrera draconiana, Kid y Ben terminan empatados, pero el premio no se puede partir: se trata de un precioso minibólido rojo, con la capota amarilla. 


    Los amigos y rivales intentan encontrar un medio para echárselo a suertes… pero las ideas de un pulso o jugárselo a las cartas, no les parecen a uno u a otro verdaderamente justas. De modo que deciden echárselo a “cervezas y salchichas”, el que zampe más, gana. Y para ello, van a un pequeño parquecito de atracciones que queda junto al taller mecánico de Ben. Y uno podría pensar que un hombre con las dimensiones obelixianas de Ben, llevaría ventaja en una competición a cervezas y salchichas, pero hay que ver TRASEGAR a Kid, zampándose las salchichas sin respirar ni nada… ¡y todavía pidiendo helado de vainilla!


    Bueno, ahí están Kid y Ben con su tranquila competición sin meterse con nadie, cuando llega una pandilla de mafiosos mu malos y se ponen a destrozar el local. Esto a  nuestros protagonistas les resulta bastante indiferente, y ninguno quiere levantarse de la mesa, para que el otro no aproveche para decir que gana por abandono. Cuando prácticamente se quedan sin bar, deciden ir a otro a seguir su duelo, pero al salir con el minibólido, los mafiosos cometen el fallo que da razón de ser a la película, y es echárselo al arcén y destrozarlo, con incendio y todo, así para que sea como más dramática la cosa. 

      Resulta que los mafiosos estos están comandados por un padrino que tiene más chichas que sesos, pero está secundado por un ayudante que tiene bastante más materia gris (y que hizo de ciego en La gran evasión…), quien nos pone en aviso de que pretende atemorizar y extorsionar lo suficiente a los feriantes para que se larguen, comprar el solar a precio de saldo y construir un rascacielos en él (Esto es España… especulación inmobiliaria con tradición y solera, como el jamón). Y como Kid y Ben no son tontos, saben que éste padrino ha comandado a los que les han roto su minibólido, y van al bar-restaurante-discoteca que le sirve de guarida, y con toda la naturalidad del mundo, vienen a decirle cuatro palabritas: “debéis-devolvernos-nuestro-cochecito”. Y como no entienden mucho de extorsión, si se niega… ¡si se niega, se enfadarán!

     Naturalmente, los mafiosos son los malosos de la peli, y no van a ceder así como así (aunque más les hubiera valido...), de modo que tendrán que enfrentarse a ellos en más de una ocasión, ya sea en un gimnasio lleno de luchadores... voluntariosos, pero bastante torpones, o en plena Casa de Campo, o hasta tendrán que dar esquinazo a un peligrosísimo asesino a sueldo escondiéndose en el Coro de Bomberos (coro dirigido por el cómico Emilio Laguna). Lógicamente no puedo ponerlas todas, porque para esos lópez, dejo aquí el enlace a la peli, que se puede encontrar en Youtube, pero sí dejo la pelea del gimnasio:



    
     El planteamiento de la cinta es bastante simple, pero el resultado es divertido y pretexta lo que queremos ver, que son guantadas a mansalva; el porno se ve para ver sexo, y estas pelis, se ven para ver peleas cómicas estilo Astérix, donde los malos dicen “¡AY!” cuando reciben un sopapo que les hace saltar dos metros, donde los buenos practican punching con los extras, los mafiosos se dejan torear como los buenos quieren y la comicidad reina por encima de todo. Si aún no la habéis visto y os apetece pasar un rato divertido sin más pretensiones que la carcajada, buscadla enseguida. Es perfectamente tolerada para todos los públicos. Incluso para los expertos en cine. Spencer y Hill repitieron el similar planteamiento (grandote bonachón y responsable-guapo pillo e irreflexivo) en catorce películas más, como Quien tiene un amigo, tiene un tesoro; Dos superpolicías, Dos misioneros, Estoy con los hipopótamos, Par-Impar... ninguna de las cuales ganó ningún Oscar, pero nos hicieron reír y pasar ratos muy divertidos. Aunque actualmente los dos están retirados de la actuación, a finales de la década de los noventa pudimos verlos juntos una vez más en otro spaghetti western como el que les unió, casi treinta años atrás: "Y en Nochebuena... ¡se armó el belén!".

   La primera vez que vi esta peli, debía tener unos siete años, y no sólo me reí muchísimo, sino que fue la primera ocasión en que yo me interesé por un hombre que no estaba hecho de tinta y pintura. Nostalgia, le dicen… eso sí, cuando se la puse a mis sobrinas un día que mi hermana no estaba, cuando ella llegó, mi sobri la mayor fue corriendo a por ella a enseñarle la peli que estábamos viendo y, señalando a Terence Hill, dijo: “ese, el rubio, es mi novio”. ¡Olé mi niña!

Spencer y Hill, hostias mil.