Hoy, mi mazmorra está silenciosa. Por no haber, no hay ni música, tengo los ojos cerrados mientras fumo de la cachimba y me dedico a escuchar el silencio. Los pequeños ruidillos de la cotidianidad que, por escucharlos siempre, con frecuencia no los oímos.... el suave crepitar de la leña de la chimenea... el familiar graznido de mi cuervo, Poe... Los entrañables crujidos de la tierra de las tumbas recientes al aposentarse, y de las no tan recientes conforme sus inquilinos salen... los chillidos de agonía de los condenados a la cámara de torturas contigua... ay... me encanta el silencio. Y no soy la única, hubo un gran director que también creía que no era preciso hablar para decirlo todo. Se llamaba Charlie Chaplin, el “eterno clown”, y hoy tenemos una muestra de su talento en la cinta El Chico, “una historia hecha con una sonrisa y tal vez, una lágrima”. 




La historia comienza con una joven madre soltera que lleva en brazos a su bebé, y que para más inri, ve una boda. La joven piensa que no va a poder dar a su hijo la vida que merece, y lo abandona en un lujoso coche, confiando en que sus dueños lo adopten, pero se arrepiente poco después y corre a buscar al dueño, quien le informa que su coche ha sido robado. La joven, al entender que ha perdido la pista de su bebé y éste ha quedado a merced del destino, se desmaya, y el ricachón la mete en su casa.

En los suburbios, un vagabundo (Chaplin, bajo su rol de Charlot) encuentra el coche desguazado y a la criatura en su interior, y en un principio intenta abandonarlo, pero a la vista de la imposibilidad de conseguirlo, se queda con él, lo cría como a un hijo propio, y le da el nombre de John. Pasan seis años y el pequeño John es un gracioso granujilla tan pequeño como astuto, que se dedica a romper cristales para que su “padre”, que ejerce de cristalero, los arregle y tengan asegurado el negocio. Todo va bastante bien, hasta que el pequeño John cae enfermo, el orfanato decide llevárselo y separarlo de Chaplin. Y hasta ahí, podemos leer.



 

Se trata de una cinta muda en la que el argumento, no es una tragedia Shakespiriana, pero es muy agradable para verla en familia, y las actuaciones tanto de Chaplin como del pequeño Jakie Coogan (John) son de firma; el joven Coogan, por cierto, no terminó demasiado bien (como la práctica totalidad de los niños-prodigio de Hollywood, pero ese es otro cantar y muy desafinado); sus ingresos por la película, por su imagen de marca y otras muchas apariciones cinematográficas, fueron cobrados por su madre y su padrastro, quienes no le dejaron un mal duro para él, y cuando llegó a la edad adulta, se encontró con que había sido explotado a cambio de nada, y demandó a sus padres por cuatro millones de dólares, pero sólo obtuvo 120.000... el resto, había sido despilfarrado. Su popularidad decayó y tuvo varios enredos con actrices y el alcohol, pero al menos no murió joven como otros, y pudo seguir actuando en televisión bajo el papel de Tío Fétido para la serie de la Familia Addams. Eso sí, a raíz de su demanda, se modificó la ley para que los ingresos de los niños artistas no pudiesen ser administrados por sus padres o tutores, salvo en lo referente a su manutención, y que fuesen guardados hasta su mayoría de edad. Esta puntualización se llamó Ley Coogan en su honor. Y es gracias a ello que hoy día, las gemelas Olsen no tienen que depender de nadie para pagarse la desintoxicación. Chaplin no sólo actuó en la película, también la dirigió e hizo el guión, como era su costumbre, y el cariño que se forjó entre él y el niño, se hace patente a lo largo de toda la cinta y la complicidad que despiden. De hecho, la desgarradora escena en la que el orfanato se lleva a John y éste llora de verdad, se logró haciendo que el padre del niño le dijera que el rodaje se había terminado y le iban a poner a trabajar en un taller; al oír aquello, el pequeño Jackie se echó a llorar sin consuelo. 

Charlie Chaplin fue un gen
io de la risa muda, llevó las tácticas del payaso de circo y el mimo a la gran pantalla, y puso la calzada de torpeza encantadora por la que andarían más tarde actores como Peter Sellers, Norman Wisdom o más recientemente, Leslie Nielsen o John Ritter. Al público le gustaba reír, todo el mundo quería reírse, y Chaplin lo explotó. Pero también nos enseñó que el payaso más desbocado del mundo, tiene un corazón que sufre. Que la carcajada no te hace inmune al dolor... pero sí te ayuda a soportarlo. Dentro de la producción de Chaplin hay muchísimas obras imprescindibles, La quimera del oro, Tiempos modernos, y desde luego los cortometrajes hilarantes como Un día de placer, Charlot a la una de la madrugada... no se puede decir que El Chico sea la mejor de todas, a lo mejor ni la más representativa, pero es una obra que hay que ver. Por su alegría, su comicidad, su emotividad y porque está firmada por el primer Gran Cómico del Cine. Con permiso de Max Linder.



 

Perdón, dejad que cierre la ventana, que se me ha metido algo en el ojo..“

Le prevengo, Harmann: si a las siete de la mañana no tiene a Williams en el patíbulo, que Dios le ampare. Porque puede que más valdría que se ahorcase usted”. Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.