-Frankie, calla, que el más pierde soy yo.

-¡Yo llevo tres años perdiendo!

-Pues alguien debe de ganar... ¡Oh, perdonad, queridos cinéfilos todos, estaba jugando la partidita de póker de los viernes por la noche con Frankenstein, Drácula y ZombiD, y parece que se nos ha ido un poquito la hora...! No os preocupéis, recojo en un decir catalepsia y estoy con vosotros; licor y sangre fuera, las palomitas a tirarlas... no, ZombiD,  gracias, pero de verdad que no quiero más de tus gusanitos... las cartas por aquí, a ver, por curiosidad... pareja de ochos, proyecto de escalera, proyecto de nada... Y hale, mantel fuera, todo limpio. Podemos empezar con nuestro Cine que ya tendrás que haber visto, que en esta ocasión, tiene también algo que ver con la revista, y con toda la profesión del periodismo en general: Primera plana. 



  

 

La acción se sitúa en la década de los Terribles Años 30, la gran depresión mundial y en concreto la Norteamericana. Todo el mundo pasa dificultades, sobrevive como puede, la Ley Seca está en pleno apogeo y eso infla los beneficios de los gangsters, y la gente vive con miedo al comunismo, “la amenaza roja”, si bien será la ultraderecha hitleriana la que finalmente haga estallar la guerra que pondrá fin a la crisis y significará, además de cincuenta millones de muertes, la recuperación económica de la joven América de Arriba... pero de disquisiciones históricas, ya hablaremos otro día. En Primera Plana los créditos arrancan con una rotativa funcionando a toda velocidad, en cuyo periódico podemos leer, precisamente en esa primera plana “El asesino del policía no está loco: debe morir”. 

     Earl Williams es el citado asesino, al que acusan de rojo y comunista, y que ha asesinado a un policía, y por lo tanto, está condenado a la muerte por ahorcamiento. En la redacción del Chicago Examiner, periódico donde se imprime el periódico que hemos visto, el director del mismo, Walter Burns (un impagable Walter Matthau) busca un titular lo bastante potente a la vez que a su redactor estrella, Hildy Johnson (Jack Lemmon), quien no da señales de vida desde el día anterior, y que es el único que estaría dispuesto a llevar a cabo el plan de Burns de ocultar una cámara para sacar una foto de Williams colgando de la soga para poner en la primera plana. Cuando Hildy finalmente aparece es para decir que se larga. Abandona la profesión, porque va a casarse y no está dispuesto que su jefe y el periodismo arruinen su segundo matrimonio como ya lo hicieron con el primero. Burns no está dispuesto a perder “al único periodista de verdad que le queda” (y aquél que ha llevado el caso Williams desde el principio, que AMA ser periodista, y cuyos artículos hacen que la tirada aumente hasta 75.000 ejemplares), y cuando ve que no puede convencerle para que escriba un último artículo, monta en cólera. Y empieza a mover ficha para intentar desbaratar su compromiso con Peggy Grant (una jovencísima Susan Sarandon).


     Paralelamente, en la prisión donde está recluido Williams, vemos al resto de periodistas de los otros periódicos que se pasan la tarde bebiendo alcohol y jugando al póker, y de paso, toreando al sherif, el “honesto” Pete Harmann. Billy Wilder nos muestra a los “caballeros de la prensa” como una panda de vagos que no pegan tecla y se limitan a robarse la información unos a otros, tergiversándose mutuamente para conseguir cada cuál más sensacionalismo y carnaza. Mientras ellos han calificado a Williams de rojo terrorista y asesino, Molly Maloy, prostituta enamorada de Earl Williams se presenta en la prisión y les canta unas cuantas verdades, haciéndonos saber que la muerte del policía de la cual se le acusa fue meramente accidental. Entrada ya la tarde, Hildy se presenta allí con bebidas para festejar con sus futuros ex colegas su abandono del periodismo y su despedida de soltero, mientras al reo Williams le hacen un último examen psicológico para determinar si está loco o no, y durante el mismo, la ineptitud del sheriff le brinda una posibilidad de escapar. 



    Primera plana es una cinta del mejor Billy Wilder. Repleta de humor ácido y cinismo descarado, nos muestra el periodismo de sucesos como la horripilancia que es realmente: un pozo de vísceras, en el que los medios compiten por sacar más carne que el anterior, por caer más bajo, por ser más cruentos, sabiendo que así, obtendrán más ventas. El propio Hildy se refiere cruelmente a su propia profesión y compañeros como: “...gente que despierta a las personas a las tres de la mañana para preguntarle qué opina de Fulanito o Menganito, que roban a las madres las fotos de las hijas que han sido violadas en los parques, ¿y para qué? Para hacer las delicias de un montón de amas de casa, y al día siguiente, su gran reportaje sirve para envolver un periquito muerto”. Alguno de los que me leéis quizá seáis un poco jóvenes para recordarlo, pero en el año 1993, cuando sucedió el crimen de Alcasser, la televisión no dudó en meterse dentro de las casas de los padres apenas les dieron la noticia de que se habían encontrado los cuerpos sin vida de sus hijas, para rodar en directo la reacción de los mismos. Eso, que se conoce como “periodismo de investigación”, en realidad la mayor parte de las veces se queda en “gore de sociedad”.

   




Pero Primera Plana no nos habla sólo de esto, sino también de política. A lo largo de la cinta, vemos cómo el Alcalde y el Sheriff se sirven de la muerte de Williams para arañar votos; “Williams no es rojo, es un desgraciado que ha tenido la mala suerte de matar a un policía de color en un año de elecciones”, dice Hildy. El corrupto alcalde, despótico y preocupado tan sólo por su imagen, quiere ahorcar a Williams sólo para asegurarse la reelección, y maneja al Sheriff a su antojo, sabedor de los favores que le debe (para empezar, su cargo), y ambos no dudarán en intentar asesinar al reo a sangre fría para conseguir sus propósitos... sólo obstaculizados por la misma prensa, quienes les ponen a caer de un burro o pelotean de acuerdo a sus intereses. 

    Finalmente, un tercer aspecto que no podemos dejar de lado en esta película, es la homosexualidad encubierta. Uno de los periodistas, Bensinger del Trivium es homosexual, y es el arquetipo de “mariquita de chiste de Arévalo”, y su presencia es tan llamativa, que oculta por completo al otro homosexual de la cinta. A alguien que lucha por quedarse con “su muchacho”, que intenta por todos los medios desbaratar su boda y que cuando él le pide un cigarrillo, no duda en encenderse uno, dar la primera calada, y ofrecérselo después de haberlo tenido en los labios dándole así un sorprendente beso indirecto, y pasándole la mano por los hombros al momento... para recalcarle a su prometida allí presente, que ese hombre, no es de ella. Si queréis saber de quién hablo, tenéis que ver la película. 

     “Bueno... ¡Nadie es perfecto!” Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.