“….Lisabeta se acercó a la puerta entreabierta para atisbar. Su juicio le decía que no debía hacerlo, en realidad quería marcharse, volver al dormitorio y ocultar la cabeza bajo las sábanas, pero sus piernas parecían empujadas por una fuerza superior, y finalmente se asomó. Al principio, sólo oyó el triste sonido del piano tocado por alguien torpe, pero enseguida un golpe fuerte la sobresaltó. Un llanto. Sentado al piano,había alguien cuyos pies no llegaban al suelo, que lloraba silenciosamente y se frotaba los dedos, donde otra persona le había golpeado. La joven reconoció en el niño al pequeño del retrato, que supuestamente había muerto cincuenta años antes. El corazón se le subió a la garganta, pero cuando el niño levantó la mirada e inequívocamente la vio, un escalofrío cubrió su espalda de escarcha…” ¡Bffffffffh…! ¡Y mis dedos también están cubiertos de escarcha; no hay manera de escribir con éste frío, hasta la tinta se congela! Arrastro un catarro horrible, y a pesar del fueguecito que tengo en mi mazmorra, contagio mi frío a todo lo que toco. Solamente os diré que me han ofrecido un pluriempleo en la pescadería, para ahorrarse la cámara frigorífica… En fin, dado que no puedo escribir, mejor pasaré a contaros la película de ésta semana, Tú a Boston y yo a California.


   
 

La película nos sitúa en un campamento de verano, al cual una encantadora niña rubia llega para pasar unas semanas. Semanas que se ven empañadas por el descubrimiento de otra niña rubia exactamente igual que ella, sólo que con pelo corto. Ambas niñas se convertirán en enemigas y su rivalidad les llevará a causar un grave alboroto en mitad de una fiesta. La amable dueña del campamento les pondrá un castigo muy astuto: las colocará juntas y solas en la misma cabaña. “Viviréis juntas, comeréis juntas y jugaréis juntas. O encontráis la manera de llevaros bien, u os castigaréis más, mucho más de lo que podría hacerlo yo”. Como es natural en toda peli Disney que se precie, las niñas acaban efectivamente congeniando, pero al conversar y hablar de sus respectivas familias, descubren algo asombroso: son hermanas gemelas. Sus padres se divorciaron siendo ellas muy pequeñas y no se han visto desde entonces ni sabían nada la una de la otra. Dispuestas a no volver a separarse y aprovechando su parecido, deciden cambiar de puesto para conocer cada una al padre que no han visto nunca e intentar que se junten de nuevo. Eso, no será tan fácil como lo parece, dado que el padre de las niñas se ha buscado una nueva novia con la que las tres mujeres de la familia deberán competir.

     Dicen los propios norteamericanos que los años sesenta “empezaron en 1964 y acabaron en 1972”.
Nos encontramos pues ante una película que, a pesar de ser estrenada en 1961, pertenece a la década de los cincuenta socialmente hablando. La Disney se encontraba en su momento de mayor esplendor, y visto su éxito en el campo de la animación, decidió poner más empeño en el cine de imagen real sin animación, en el que ya había estrenado con éxito cintas como Un sabio en las nubes, El extraordinario caso de Willby o Los robinsones de los mares del sur. En ésta última cinta, aparecía el consagrado actor John Mills, que llevó a su hija, Hayley Mills, a protagonizar la cinta que nos ocupa. La decisión de la Disney del cine con actores reales y películas más orientadas a todos los públicos y no sólo a los espectadores infantiles, tuvo sus aciertos y sus errores. Tú a Boston y yo a California, fue uno de los aciertos, y lanzó a la joven Mills a convertirse en una de las primeras “niñas Disney” de la historia, lo que la llevó a protagonizar otros títulos como la lacrimógena Polyanna, la olvidable Las hilanderas de la Luna (ni Eli Wallach haciendo de malo la salvaba) o la muy divertida Un gato del FBI.



    Durante los años cincuenta y principios de los sesenta, los Estados Unidos se encontraron en una época de gran esplendor. La Segunda Guerra Mundial había significado para ellos un boom económico y social, pero una vez finalizada la contienda, las cosas habían vuelto lentamente a su cauce; las mujeres ya no tenían que trabajar (y las que lo hacían, eran malas madres o malas personas porque estaban privando de su puesto a un honesto padre de familia), y la moral de la sociedad empezó lentamente a relajarse. La elección del demócrata JFK (quien no sabía que apenas le quedaban dos añitos de vida antes de ser asesinado en una calle, curiosamente, también muy cinematográfica: Elm Street. ¿Casualidad? No lo creo) causó cierto revuelo entre los sectores más conservadores del país, y también su religión (católica en un país mayoritariamente protestante) fue motivo de algunas quejas. No obstante, lo que más fastidiaba a los republicanos (los más derechistas. Siempre teniendo en cuenta que allí –igual que aquí, no lo olvidemos- no hay partido de izquierdas, sino derecha y aún más derecha), no era tanto su religión, como su decisión de intentar un reparto más equitativo de la riqueza, poniendo más impuestos a los que más tenían y disponiéndose a subir los subsidios y ayudas sociales, además de su negativa, precisamente porque había sido soldado y sabía cómo pasa factura una guerra, de meter a los Estados Unidos en el conflicto de Vietnam. 


     Socialmente, los norteamericanos han sido siempre conservadores, digamos “de puertas afuera”. Creen mucho en la solidez de la familia, y por eso el divorcio, aunque fuese necesario para muchas parejas, pensaban que era esconder el polvo bajo la alfombra; pereza de no querer enfrentarse a los problemas y banalización de la mujer y la familia. Tú a Boston y yo a California nos muestra esa manera de pensar, el matrimonio divorciado porque no congenian (debido sobre todo al mal genio de la pelirroja rebelde por excelencia, la guapísima Maureen O´Hara. Y es que una esposa como Dios manda, tiene que ser mansita, que el carácter ya lo pone el hombre), pero que aún se quieren y siempre se han querido, basta apenas una ayudita para que caigan el uno en brazos del otro. Por suerte o por desgracia, las relaciones conyugales no son tan fáciles como nos las pone Disney, pero la película, entre la confusión de las gemelas y las trastadas de ambas dirigidas a la nueva novia de su padre, da un resultado muy divertido e ideal para ver en familia. 

      Como no podía ser de otra manera en Disney, la cinta peca de tópica y moralina, presentándonos
a una madre amante de sus hijas y que aún quiere a su ex marido y a un padre guapo y fuerte (Brian Keith), que se las sabe todas en lo referido a su rancho, animales, campo... pero es bastante más tonto que su mujer y es en quien recae gran parte del peso cómico de la cinta precisamente por ese motivo. Mientras su esposa no se ha juntado con nadie durante los once largos años que viene durando el divorcio, él sí está pensando en casarse y encima con una cazafortunas; sus hijas se alían con su madre antes que con él, es muy divertida la idea de que su esposa le ponga un ojo morado (por segunda vez)... dando así credibilidad al rancio, pero quizás acertado dicho de "no hay peor castigo para un padre, que dos hijas y una madre".



     La cinta fue nominada a dos Oscars, en particular por el montaje, dado que las dos niñas eran interpretadas por la Mills, y tenían que tocarse o abrazarse en muchos momentos de la película, y lo hacen sin que prácticamente se note el desdoble. Este método sería utilizado años más tarde en El estrafalario prisionero de Zenda (protagonizada por Peter Sellers y Peter Sellers, y dirigida por Blake Edwards. Muy divertida, recordadme que os hable de ella otro día), también en el cine francés en la hilarante Los visitantes no nacieron ayer, y también se ha usado en el cine español en la película “Vaya par de gemelos”, siendo Paco Martínez Soria el desdoblado. 
 

    
Tú a Boston y yo a California gustó tanto, que en la década de los ochenta tuvo una secuela en la que también participó Mills, ya adulta, y una tercera parte protagonizada por trillizas reales. Si no las habéis visto, no os perdéis nada. Años más tarde, llegaron los remakes  Tú a Londres y yo a California, y Dos por el precio de una, protagonizadas por las malogradas Lindsay Lohan y las gemelas Olsen respectivamente. 

  Nuestra cinta de hoy es una película Disney en el más puro sentido del término: familiar, divertida, amable, de final feliz, moraleja romántica… No tiene canciones, pero es una comedia que puede tener cierto sabor ñoño y tópico. Cinefiliabilidad 4.

El toque: “Un whisky… doble”.

“¡Velocidad Absurda: YAAA!” Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.