Sssssssssssh… Hoy, por una vez, no estamos en mi habitual mazmorra de renta limitada, vamos a ver una parte del castillo que aún no conocéis, pero en la que pasaremos también alguna que otra tarde y en la que os aseguro que pasaremos ratos igual de interesantes y entretenidos. Eso sí, os prevengo que hay que subir escalones y el castillo no tiene ascensor, ¡ánimo, que sólo hay doscientos quince!

   Siete pisos y una pequeña reanimación artificial más tarde (NUNCA os apostéis a subir escaleras corriendo contra un zombi; su corazón ya no puede fallarles, el vuestro SÍ. Menos mal que el chungo me dio junto a la puerta del dr. West), llegamos al ático, donde está lo que quiero enseñaros.

    -Toma, no se me olvidaron. – me dice ZombiD y me da un buen racimo de plátanos. Le sonrío y le beso antes de empujar la pesada puerta sin cerrar, que se desliza con toda suavidad sin chirriar lo más mínimo. Debe ser la única puerta en todo el castillo que no chirría, porque conduce a una estancia cuya consigna es el Silencio: la biblioteca. 

    Apenas entramos, el Bibliotecario nos sonríe abiertamente y le ofrezco los plátanos. Ya nadie menciona el hecho de que se trate de un orangután. Sigilosamente, tomamos el cabo de uno de los ovillos que hay en el mostrador y empezamos a caminar por los impresionantes pasillos. Cuando uno se adentra en ésta biblioteca, tiene que tomar precauciones, y el dejar el rastro de hilo es sólo una de ellas; mientras caminamos, vemos al Tito Creepy, a Igor (se pronuncia “Aigor”) y a otro par de lectores que ya no conocemos (uno de ellos, de avanzada edad y gafitas redondas me resulta extrañamente familiar… su bastón tiene como empuñadura a La Muerte). Esto se debe a que la biblioteca, técnicamente, no está aquí, aquí sólo tenemos una puerta que da a ella, pero la biblio realmente, no existe. Simplemente está. Y diréis, ¿qué cuernos colorados vamos a hacer en la biblioteca? Pues muy simple. Vamos a aprender de cine propiamente dicho, sin necesidad de fijarnos en una película concreta, y para eso, queridos amiguitos, necesitamos fuentes de consulta e inauguramos para ello la sección Ratones de  sala de cine.


       Para empezar con nuestro primer ratoneo, nos ocuparemos de hacer un poco de historia del cine. Éste entretenimiento y forma de expresión artística tiene ya más de cien años de edad, concretamente ciento diecinueve, y eso es importante recordarlo, porque hay mucha gente que piensa que el cine sólo existe desde los noventa, y lo que haya detrás, no interesa. Bromas aparte, para entender exactamente la historia del cine, primero es bueno que sepamos cómo funciona el cine, y lo hace a partir de algo llamado “persistencia de imágenes en la retina”. Sí, a mí se me quedó la misma cara, pero en realidad es una cosa muy sencilla. Mirad, ahora que estamos en verano, probad a encender una varilla de incienso, una bengala o cualquier otro cuerpo luminoso en una habitación a oscuras y movedla en círculos, ¿qué sucede? Que vemos pinceladas o círculos completos de luz, y sin embargo, esos aros luminosos que vemos, no existen y lo sabemos, ¿qué pasa entonces?

      Pues pasa que en nuestros ojos existe una membrana llamada retina que se ocupa de reflejar las imágenes y las mantiene en ella durante una fracción de segundo. Así, al mover la luz, nuestros ojos ven “con retraso” lo que sucede: mientras están viendo la luz en una posición determinada, en realidad ésta se encuentra un poco más adelantada. Al superponerse las imágenes en nuestra retina, se produce la ilusión de movimiento, y con el cine sucede lo mismo. 

    Básicamente, el cine son imágenes o fotografías (fotogramas en el argot cinematográfico. Si no sabíais por qué la revista de cine más famosa del mundo se llama así, ahora ya lo sabéis. De nada) independientes que al ser proyectadas, también se quedan en nuestra retina una fracción de segundo. Mientras llega el segundo fotograma, nuestros ojos aún están viendo el primero y no percibimos el brevísimo salto intermedio, de modo que nos parece que los personajes se mueven en la pantalla. Bueno, al menos esto era así cuando empezó el cine, hoy día, con tanta producción digital, todos los archivos son unos y ceros, pero en muchos casos se siguen usando los viejos proyectores de cinta.

     Bien, ya puestos en situación de qué es exactamente el cine, vamos a ver un poco su nacimiento.
Ya a finales del siglo XIX, con el auge de ese nuevo arte llamado fotografía, se empezó a fantasear con la idea de las imágenes en movimiento, pero mucho más atrás, los teatros de sombras chinescas ya hacían intuir esa posibilidad. Durante la Francia prerrevolucionaria, ya se hicieron muy famosos los teatritos eróticos. Usando una técnica similar a las sombras chinescas, se tendía una sábana o lienzo que recibía iluminación por detrás, y también por detrás se proyectaban las sombras de figuras de papel o cartulina que solían mostrar a parejas teniendo sexo. Desde luego que era tan rudimentario como puede serlo una sombra, pero en aquél tiempo que no existía internet, aquello era la pera limonera, vamos. Uno de los productos pioneros en aquél aspecto, y ya más cercano en tiempo, fue el zoótropo; se trataba de un aparato circular, con ranuras para mirar dentro, que tenía impresas en el lado interior dibujos o fotografías correlativas que mostraban animaciones muy sencillitas, como parejas bailando, caídas graciosas, u otras situaciones divertidas (podeís ver uno en la cinta Tarzán, de Disney, durante la canción "Lo extraño que soy"). Se podían usar rollos intercambiables de dibujos y, con ayuda de una linterna, incluso proyectarlos sobre una pared. Desde luego que se trataba de un aparato que sólo permitía gags muy cortos y además era ciertamente frágil, pero desde luego nuestros abuelitos se lo pasaron pipa con él. 
 
     Edison a un lado del océano y los hermanos Lumière en el otro, los tres no dejaban de dar vueltas a sus respectivos zoótropos a la búsqueda de algo que permitiese, en palabras de Edison “hacer para los ojos lo que el fonógrafo hacía para los oídos” (nota curiosa: cuando el buen señor Edison llevó su fonógrafo a gran parte de los hogares, no fueron pocas las voces que se elevaron diciendo que la “música en conserva” iba a matar a la verdadera música, que ésta tenía que ser libre y escucharse en vivo y no en aquél instrumento maligno que iba a romper la paz en los hogares, arruinar a los músicos, degradar a la sociedad y matar gatitos. Sí. Cuando, dentro de otro siglo, escriba que el advenimiento de internet, y de cosas como iTunes, Spotify o Megaupload fueron recibidas con durísimas críticas y les amenazaron de que iban a matar a la música o al cine, sé que tampoco me creerá nadie). Fue el mismo Edison quien inventó el quinetoscopio, o cinetoscopio, un cajón de madera que llevaba en su interior una película de cinta en zig-zag que permitía la visualización (no proyectaba) de secuencias de imágenes más larga. Su invento se hizo muy popular en ferias, pero debido a su escasa rentabilidad (sólo podía verlo una persona cada vez, mirando por el visor, y la cinta se gastaba en cada uso), no cuajó como debía. No obstante, basándose en su invento e intentando mejorarlo, los hermanos Auguste y Louis Lumière, quienes ya tenían un buen bagaje profesional como fotógrafos y químicos, inventaron el cinematógrafo, un aparato que servía a la vez para filmar y para proyectar, y lo patentaron el 13 de Febrero de 1895. 

    Meses más tarde, el glorioso 28 de Diciembre, lo exhibieron por primera vez como espectáculo de pago, proyectando las primeras películas de la historia: La salida de los obreros de la fábrica Lumière (ésta fue su primera prueba), La llegada del tren a la estación de la Ciotat (se filmó desde la propia vía, para captar el acercamiento de la máquina; ya desde sus inicios, el Cine amó el peligro y la espectacularidad) y El regador regado (la primera cinta cómica de la Historia del Cine, y el primer actor pagado, que fue un honesto jardinero que para la ocasión, más que remojarlo, se remojó él, como podéis deducir por el título). 

    La carrera del cine estaba en marcha, pero en sus inicios, contó con muchos críticos y detractores que lo consideraron un entretenimiento menor, apto sólo para niños y para el vulgo, si ya existía el teatro, ¿qué podía ofrecer el cine? La respuesta a esta pregunta, además de un sonoro “¡zas, en toda la boca!”, la dio otro francés llamado George Meliès con su película Viaje a la luna, que mostró por primera vez una fantasía onírica y efectos especiales (de acuerdo, muy rudimentarios, pero revolucionarios para la época), cosa que no podía darse en un teatro. La sociedad europea, y casi enseguida la norteamericana se enamoró del Cine, y empezaron a surgir los primeros grandes divos y cómicos como Rodolfo Valentino, Max Linder, y el “eterno clown” Charlie Chaplin. Pero como dijo un grande de la narración: Esa es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión. 


“¡Kato, éste no es el momento!” Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.