-Herb... ¿no será peligroso si alguna de las jeringas se cae y se parte, verdad...? - Herbie West me sonríe mientras me pasa otra jeringuilla llena de líquido verde fosforito. 

    -No te preocupes, sólo es una solución salina con tinte verde; no es mi reactivo. - Sonrío y sigo colocándolas en el enorme árbol común que estamos decorando entre todos. Son más de tres metros de abeto (Vladi insistió en poner un ciprés, pero no quisimos romper la tradición) y se necesitan los esfuerzos y la colaboración de todos los vecinos, de modo que todos aportamos algo. ZombiD ha traído piezas de moto bañadas en purpurina y figuritas de zombi con un agujero en el pecho para empalarlos en las ramas, yo guillotinitas brillantes, plumas asesinas y bolitas de cristal con J.L López Vázquez encerrado dentro, mi tiíto Creepy pequeñas réplicas de libros de miedo y figurillas de renitos caníbales... por cierto que es él quien contesta a Herbie:

   -Menos mal, porque yo no quiero que se repita lo de la última vez, doctor. 

  -¿Qué pasó? - pregunta ZombiD, que sólo es la segunda Navidad que pasa con nosotros. 

  -Accidentalmente, se derramó un poco de mi reactivo sobre una bandeja de galletas, y se estropearon. - contesta, inexpresivo - Permitidme, voy a por más adornos. 

   -En realidad, las galletas cobraron vida y empezaron a devorarse unas a otras - le susurro a ZombiD. - Una de ellas se comió a casi todas las demás, y después se puso a perseguir a los gatos de la chica de Herb... logramos salvar al gato, pero la galleta se escabulló. Nunca la hemos encontrado.

   ZombiD se ríe con disimulo, es una historia que le tengo que contar con más detalle, pero hoy vamos a ocuparnos también de alguien que fue tan duro de matar como esa galletita. John McLane en Jungla de Cristal.




     Es Navidad, el tiempo de los milagros, y el detective McLane está casi-casi esperando uno, porque está separado de su mujer y ella le ha invitado a pasar las navidades junto a ella y los niños. Mientras que John vive y es policía en Nueva York, su esposa tiene una bonita casa y un trabajo de ejecutiva en una poderosa empresa japonesa en California, y ha sido precisamente ese trabajo lo que los ha separado... o al menos eso quiere decirse McLane, porque más bien ha sido su comodonería y una cierta falta de fe en las capacidades laborales de su mujer lo que ha provocado la separación, pero él viene dispuesto a intentar un nuevo acercamiento y un armisticio, con regalo de osazo de peluche y todo. A poco de llegar a la empresa de su mujer, el rascacielos Nakatomi donde se celebra  una pequeña fiesta navideña, McLane y su mujer tienen una nueva discusión, y éste se queda unos momentos en el cuarto de baño, maldiciendo a la vez su bocaza y su orgullo. 

    Hasta aquí, esto parece algo digno de "Estrenos T.V" (que para los más jóvenes, aclaro que se trataba de un espacio cinematográfico que ponían los domingos por la tarde en la Segunda Cadena, y que estaban abonados a los dramones insufribles y las catástrofes), pero mientras McLane intenta desterrar la soberbia y relajarse estirando los dedos de los pies en el cuarto del baño, un nutrido grupo de terroristas irrumpe en el Nakatomi, mata al portero, sella el edificio y secuestra a todos los asistentes a la fiesta. ¿A todos? ¡No! Hay un pequeño policía que está dispuesto a resistir ahora y siempre al invasor... Y la Nochebuena no va a ser fácil para Karl, Heinrich, Teo y Hans Gruber...

     John McLane no lo sabía, pero estaba a punto de iniciar una larga y gloriosa franquicia bajo el
papel del poli cínico y torturado que tan bien ha encarnado siempre Bruce Willis. De hecho, no sólo no lo sabía McLane, sino que los productores, directores, etc., ¡tampoco lo sabían! De hecho, Jungla de cristal (o Die Hard en el original, porque el título adaptado queda fenómeno para la primera entrega, pero para las cuatro siguientes ya no pega ni con cola) fue un cúmulo de despropósitos y vio la luz casi de casualidad. Poco después del estreno del Coloso en llamas (una cinta de catástrofes de las que tan famosas se hicieron en los setenta, como Aeropuerto o El enjambre), llegó una historia, basada en una novela, con la idea original. Dicha novela era una nueva entrega de las aventuras de un detective, y una de las anteriores entregas ya había sido llevada al cine con nada menos que Sinatra encarnando al policía... pero Sinatra, en los ochenta, no estaba como patearse descalzo un rascacielos, de modo que el guión quedó aparcado, hasta que a alguien se le ocurrió utilizarlo como secuela de la exitosa Commando, protagonizada por Arnold Schwarzenegger. Arnie leyó el guión y le gustó, pero pidió por protagonizarlo una cifra que los estudios, consideraron escandalosa (estábamos en la segunda mitad de los ochenta, el antaño Mister Olimpia era ya una Estrella y se quería cobrar una burrada y tú no se la dabas, él no iba a tener que ponerse a hacer de niñera para conservar su éxito. Bueno, quizá sí) y rechazaron la idea. Buscando un protagonista, dieron con un joven actor televisivo que se había hecho un hueco en las taquillas con una comedia romántica cuanto éste género aún no se llamaba así y quizá por eso aún tenía solidez argumental y dignidad escénica, Cita a ciegas, junto a Kim Basinger y el aún más televisivo John Larroquette (si no os suena éste nombre, tenéis que buscar una serie llamada Juzgado de guardia. De nada). Aunque en un principio se pensó que un galán cómico no cuadraba con un argumento como ese, se decidió probarle, puesto que talento había demostrado que tenía como actor y como músico. Y Willis barrió la escena y se convirtió en el último gran poli del cine de acción junto a nombres como Harry Callaghan. 

     McLane, en su papel de policía, es un hombre que simplemente está de vacaciones y que intenta salvar lo poco que queda de su matrimonio. Él y Hollie se quieren, pero los dos tiran hacia su carrera y personalidad, los dos son cabezotas y orgullosos y los dos están convencidos de tener razón y, como suele suceder, en efecto la tienen, al menos en parte. Cuando Hans y sus secuaces tomen el edificio, John no podrá cruzarse de brazos, precisamente porque al ser policía, sabe que la educación  y las maneras elegantes del villano, no son más que una fachada: es un brutal asesino que no vacilará en matar a todas las personas del edificio. No hay manera de razonar con él ni de hacer nada "por las buenas, ni colaborando todos"; Hans conseguirá lo que quiere y matará a todo el mundo en el intento, sencillamente por que su plan es ese. John sabe que la única manera de conseguir salir con vida, es luchando con encono y eso será lo que haga.


""Vente a la costa, estaremos juntos y lo pasaremos bien..." ¡Ahora sé lo bien que se pasa en California!"



Hans Gruber por su parte (encarnado por Alan Rickman, también conocido como Severus Snape) es el villano de la cinta. Y es la elegancia hecha persona. Viste trajes caros, es educado, encantador, bienhablado... su maldad queda enmascarada a la perfección por su elaborado disfraz hecho de cortesía, pero la intrusión de McLane le hará mostrarse como el lunático que en realidad no deja de ser. Por muy inteligente que sea, por astuto que sepa ser para engañar a la policía o a algún personaje particularmente imbécil, debajo de eso encontramos a un histérico ansioso por ser reconocido y que pretende tener siempre el control de todo, y que cuando no lo consigue, monta en cólera. Hans conoce su propia condición y por ello, lo primero que intenta tener siempre bajo control, es a sí mismo. Sabe que estando calmado, es agudo, astuto, rápido de reacción y deducción, y quiere conservarse así, pero cuando le llevan la contraria, no duda en apretar un gatillo o dar una orden mortal. Si luego se arrepiente de ello... ya estará calmado para volver a razonar. Gruber, con su frialdad y su encanto se ha convertido en uno de los "villanos queridos", uno de esos malos que, por cruel y fatal que sean, su grandísima personalidad le hacen hacerse un hueco en nuestros corazones, como Fred Kruegger (salvando las distancias entre acción y terror) o el Joker.

Resulta muy interesante el contraste que nos da la cinta al ver al "bueno" (McLane) descalzo, en
camiseta, pasándolas canutas, ensangrentado y hecho un guarro, mientras que el "malo" (Hans) lleva siempre el traje impecable, apenas abandona el despacho dos o tres veces en toda la proyección, está perfectamente peinado, limpito e ileso hasta el final de la cinta. Esto provocó no sólo una mayor empatía hacia el detective McLane al ver que no era un protagonista de acción al uso de Clint Eastwood o Schwarzenegger, no era ningún superduro que se afeitase con un cuchillo de cocina y que sólo al final de la cinta le diesen un tiro de refilón en el brazo, sino que era un héroe cansado, un hombre sencillamente, un simple policía que se veía metido en el lío padre y que trataba de salir como podía, a sabiendas de que no le quedaba otra, pero pasaba las de Caín para lograrlo. También provocó que el villano tuviese una personalidad arrolladora e increíblemente atrayente. A pesar de ser el antagonista, su profundidad psicológica y su agudeza mental son notables. Como le dice McLane en cierta ocasión, "soy un grano que te ha salido en el culo", y tiene razón: Hans es un villano dirigiendo un imperio al que se le ha colado un mosquito en su cuarto perfecto que no deja de zumbonear a su alrededor, de esos que cuando enciendes la luz, se paran y no hay quien los vea, pero cuando la apagas, vuelan justo junto a tu oreja.

En la tríada protagonista, hemos de mencionar al agente Al Powell (Reginald VelJohnson... más
conocido como Carl Winslow de Cosas de casa), el primer policía con el que McLane logra contactar y el único con el que conecta, al ser el único que entiende realmente la magnitud de lo que sucede. El "contacto exterior" de McLane le sirve para ir poniéndole al día de los movimientos de la policía y el FBI, que, para no restar protagonismo al detective, son bastante cortitos y no saben salirse del manual para nada en absoluto. Al Powell es un policía de papeleo, un chupatintas, dicho en plata, que se ha visto envuelto en el jaleo casi de tanta casualidad como el propio McLane, quien al conversar con él, nos descubrirá el por qué del destino de Powell, dado que aunque podamos pensar que a un funcionario de mesa de escritorio algo así pueda quedarle grande, pronto veremos que se trata de un buen policía, y de un hombre con mucho valor.

Finalmente, hemos de mencionar a Hollie Genaro, la esposa de McLane. Hollie es una mujer de los ochenta, liberada, trabajadora, eficaz y dispuesta a perseguir su carrera por encima de su matrimonio. Sólo una década antes, algo así hubiera sido presentado como un caso de mujer egoísta, mala esposa y mala madre, pero en plena década de los ochenta, no. Aquí Hollie es una mujer que rechaza ser una simple amita de casa, ella ha tenido la oportunidad de progresar en su trabajo y la ha aprovechado, es madre y cuida de sus hijos, pero no por ello renuncia a su carrera y a su realización personal... no "trabaja en broma", digamos. No trabaja sólo por llevar un sueldo "adicional" a su casa, sino que considera que su trabajo es tan importante o más que el de su esposo, y no está dispuesta a renunciar a un ascenso sólo porque a su marido no le apetezca que lo haga. Asimismo, Hollie nos demuestra que no es una damisela en apuros al uso. Por más que esté presa de un villano como Hans y necesite efectivamente de su caballero de brillante ar... de ensangrentada camiseta de tirantes, no se limita a esperar y llorar, sino que tiene confianza absoluta en su marido y hasta contempla la situación con cierto espíritu travieso ("Sigue vivo. Sólo John consigue cabrear así a alguien"); cuando se ve obligada a hablar con Gruber, es indudable que tiene que tenerle algún miedo, pero no le deja saber que lo tiene, sino que le habla hasta con desprecio y se encara con él en más de  una ocasión. En los ochenta, las mujeres aprendimos que teníamos que ser fuertes, y que podíamos serlo tanto como nos diese la gana, y Hollie lo sabe bien y actúa según esa filosofía.

Por último, pero con especial desprecio (sí), tenemos al reportero Richard, encarnado por William Atherton, actor que también encarnó a Walter Penn en Los cazafantasmas y que por eso ya le tenía cierta animadversión. El reportero se entera de casualidad de lo que está sucediendo en el Nakatomi y decide saltarse cualquier tipo de ética a cambio del morbo. Si desde cintas como Primera Plana ya nos habían presentado a los periodistas como a gente de escasa moralidad y capaces de "vender a su madre a cambio de un titular escalofriante", Richard va más allá: no sólo explota el temor sin importarle un pimiento si las personas que hay dentro del edificio viven o mueren, sino que llega al extremo de investigar a McLane para ir a casa de su familia y entrevistar a sus hija mayor, que apenas tiene cinco años de edad, gesto que pone en serio peligro la vida de Hollie. Una vez más, la ficción nos recordaba la realidad y nos hacía saber que una cosa era informar a la población, y otra muy diferente, repartir carnaza y cebarse en el morbo.


    Durante la década de los ochenta, se hicieron muy populares los productos de acción y policíacos. La productora Canon Films se hizo de oro produciendo casi sólo ése género merced a actores como Charles Bronson o Michael Dudikoff (éste último más en las artes marciales, que el kárate también se puso muy de moda). Las actitudes patrioteras y del superhombre americano coparon la década con la idea del héroe que podía enfrentarse al mundo y vencerlo sólo con su esfuerzo. Jungla de cristal se convirtió en un éxito muy pronto y en un blockbuster inmediato; sólo dos años más tarde, contaría con la secuela y a través de los noventa y más recientemente hemos tenido otras más que, en mayor o menor medida, han seguido un esquema similar de hombre solo contra organización enorme que las pasa canutas y acaba hecho un cristo, pero termina ganando y diciendo su frase divisa: "Yippi-kee-yay hijo de puta", expresión que se ha hecho tan popular al punto de cambiar el conocido refrán "a todo cerdo le llega su San Martín" por "a todo hijo de puta le llega su yippi kee yay".

Jungla de cristal es una cinta de acción divertida y trepidante, no es apta para niños muy pequeños pero sí a partir de nueve-diez años; aunque no sea una película navideña al uso, sí es una cinta apropiada para una cena de navidad en familias que ya no tienen hijos pequeños o que prefieran la acción al almíbar. Cinefiliabilidad 7, lo que significa que es fácil de ver salvo si no te gusta el cine de acción.

Nota curiosa: Hans y sus hombres son todos alemanes; cuando la cinta se estrenó en Alemania, para no herir susceptibilidades que pudieran reflejarse en la taquilla, los nombres de los villanos se cambiaron para que fueran de nacionalidad británica, salvo Marco y Franco que fueron francés e italiano respectivamente. Así, Hans se transformó en Jack.

Y esto, no puedo escatimároslo:




"No es fácil ser "pavo" cuando está tan cerca... el día de Navidad" Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.