-Increíble. Es un sitio tan increíble como... bueno, como cualquier cosa increíble. 

     -¿Le gusta, señor? - pregunto, y mi interlocutor asiente, con una plácida sonrisa bajo su barba blanca. 

     -Es exactamente igual a como yo la había imaginado.

     -Lo sé, señor - sonrío. - Usted me la describió, y es por eso que pude construírla. Modestia aparte, la Biblioteca es el pequeño gran orgullo de nuestro Castillo. - Le contemplo mientras él mira los elevados techos y las innumerables estanterías atestadas de volúmenes, acompañados ambos por el Bibliotecario (ya no queda nadie que mencione el hecho de que se trata de un oranguntán). Por más que me alegre tenerle en la Biblioteca, no puedo evitar pensar que hubiera deseado que nuestro encuentro, fuera en otras circunstancias. ZombiD camina junto a nosotros, un poco rezagado porque ha querido dejarme hablar con él... le he hablado tanto de él, le he leído tantos libros suyos, que ya sabe lo mucho que el Creador significa para mí. Tras hablar un rato, me hace saber que tiene que proseguir viaje. - Entonces le sugiero que use el Armario.

    -¿El Armario? 

    -Sí, una inclusión mía, el Armario-con portal dimensional dentro-para viajes rápidos-en madera de cedro-con pomos artísticamente decorados. 

    El Creador se me queda mirando con una gran sonrisa. 

   -¿Manufacturas Da Quirm, supongo? - asiento. Está a punto de entrar en el Armario y desaparecer quién sabe cuánto tiempo, y yo... yo sé que ZombiD va a estallar de celos, pero voy a morirme si no lo pregunto.

    -¡Señor...! ¿Puedo... acerca de uno de sus guardias... puedo hacerle una pregunta personal?  - Me sonríe, y tengo la impresión de que sabe lo que voy a decir - Nobby... quiero decir, el cabo Nobbs, ¿e-es cierto que él...? - me acerco y le pregunto al oído. ZombiD se pone de puntillas, intentando aguzar la oreja. El Creador sonríe. 

    -Eso es algo de lo que a Nobby no le gusta hablar, ya le metió en problemas una vez. Pero si guardas el secreto: sí.

    Ahogo un grito. Lo sabía... Sonrío y me despido atropelladamente, pero el Creador ya ha desaparecido. Una lágrima quiere salir de mis ojos, pero la reprimo. Sé que está en un lugar mejor. Y si no lo está, entonces ya está tomando medidas para mejorarlo él mismo. Y después de permitirme este pequeño homenaje-despedida, vamos a hablar de alguien que también está relacionado con armarios, y no precisamente del Ikea. Hoy, en Cine que ya tendrías que haber visto: Salir del armario. 



     Es el día de la foto de empresa en una fábrica de derivados del caucho, y, por un problema de espacio, a François Pignon (Daniel Auteuil) le dejan fuera de ella de un empujón. Lo cual no es excesivamente grave, si tenemos en cuenta que van a dejarle fuera de la empresa de otro empujón, cosa de la que el bueno de Pignon se entera de rebote en los lavabos. François, contable de profesión, se encuentra solo en su vacía casa, en su vacía vida y en su vacío corazón. Su exmujer no se preocupa de él lo más mínimo y no le concede ni siquiera una conversación. Su hijo adolescente le considera un muermo menosmola y pasa de él como de la KK; lo único que le quedaba era su trabajo y ahora también le quitan eso. Convencido de la inutilidad de su vida y sin ganas de seguir adelante, toma la decisión de tirarse por el balcón, pero un diminuto gatito gris y un vecino incapaz de cerrar los ojos ante lo evidente, le impedirán llevarlo a cabo, y más aún: su nuevo vecino, conversando con él, le hace ver que un trabajo no se merece su propia vida, pero si de verdad quiere conservarlo, se le ocurre una buena estrategia para ello. Que salga del armario. 

    "Pero si yo no soy homosexual..." dirá el buenazo Pignon, cosa que su vecino ya sabe, pero que no importa. Lo que importa, es que la gente lo crea. De modo que envían a la empresa un sobre anónimo con fotos trucadas en las que aparece François en un club gay. Cuando las fotos llegan a la empresa, ocasionan una media revolución, y la decisión de echar a Pignon se aplaza, ante el temor de que una empresa cuyo producto-estrella son los preservativos, sea acusada de discriminar laboralmente a un homosexual. 

François tendrá miedo de que todo se tuerza ya que él "no sabe fingir", pero su vecino le aconseja de
nuevo que él no cambie ninguno de sus hábitos ni su forma de actuar normalmente, que haga lo que hace siempre, y que lo que  cambiará, será la mirada de los demás... y vaya si lo hace. De repente, la vida gris y aburrida de Pignon se verá abarrotada de rumores, preguntas, disquisiciones y hasta Félix (Gerard Depardieu), el jefe de personal que le odiaba, ante el temor de ser despedido por conservador, empezará a ser simpático con él. Muy simpático quizá. 

François es el prototipo de hombrecito tímido y gris que todos hemos conocido alguna vez (y si no conoces a ninguno así, preocúpate, porque quizá seas tú); está acostumbrado a ser el último mono en todo, a no luchar por nada, porque ha asumido que es pequeño y débil y que todo el mundo es más fuerte, más guapo, más simpático y más TODO que él. No tiene autoestima y se ha ido dejando colocar en el último lugar. El tener que mentir sobre su propia identidad sexual le hará ir encontrando el valor que estaba convencido de no tener y darse cuenta de algo más: que es una persona valiosa y que puede ser tan fuerte y valeroso como él mismo quiera ser. Pignon es, ante todo, un personaje que crece, y lo hace de una manera maravillosa a lo largo de toda la cinta, sin que por eso sea una historia moralizante o excesivamente positiva en plan Coelho... nuestro protagonista las pasa canutas en su intento por conservar el empleo, llegando incluso a sufrir agresión física, pero es capaz de encontrar el orgullo suficiente para no rendirse, y para mucho más. 

 
  Félix, el feroz jefe de personal y entrenador del equipo de rugby de la empresa (os recuerdo que el rugby es un deporte muy popular en Francia; aunque también son grandes aficionados al fútbol, el rugby está a un nivel de amor similar), encarnado por el gran Depardieu, es por su parte el típico machote con ideas algo retrógradas, producto del excesivo orgullo por lo conocido como "normalidad". Para él, el encontrarse en riesgo de despido mientras que Pignon se queda ante la sospecha de que sea homosexual, es una asquerosidad, y la idea de hablar con él sabiendo que es gay, le resulta tan extraña como si tuviera que hablar con un marciano. Producto de su educación, no se hace a la idea de que François es una persona; necesita poner etiquetas para clasificar a la gente (el marica, el negro, la...). Por su parte, a Pignon no le cae bien debido a las barrabasadas que le ha hecho en el pasado y a que son absolutos opuestos (Félix es grandote, fuerte, expansivo, habla alto... François es pequeño, tímido, enjuto, de pocas y bajitas palabras...), y eso no hará más que cicatear los esfuerzos de Félix por caerle bien, lo que desembocará en un cómico altercado conforme avancen los acontecimientos, y es que su fachada de macho agresivo es eso: fachada. En realidad, Félix es un ser tan inseguro y débil como lo pueda ser Pignon, y tiene los mismos miedos y las mismas necesidades de ser aceptado, cosa que hasta ahora ha conseguido y ocultado bajo su papel de fortachón, pero que ante el miedo de ser despedido y de no ser simpático a una persona concreta, se resquebraja de forma casi dramática. También Félix crece a lo largo de la proyección, empieza siendo el típico troglodita para acabar convirtiéndose en una persona capaz de reconocer que tiene sentimientos y que eso no le hace débil en absoluto. 

 Salir del armario viene a demostrarnos que es muy fácil ser tolerante "de lejos". Apenas las fotos llegan a la empresa, todo el mundo dice que no tiene nada contra los homosexuales, pero los cotilleos corren como el rayo y los epítetos estilo "el muy maricón..." vuelan desde el Presidente (un grandísimo Jean Rochefort) hasta el último gorila de la cadena de montaje. Ayer, a nadie le importaba a quién pudiera meter Pignon en su cama; hoy, todo el mundo le toma por un vicioso que persigue adolescentes, y a nadie se le ocurre hablar serenamente con él (salvo a su jefa, la srta. Bertran, encarnada por Michele Laroque), simplemente tiran de prejuicios y se inventan una historia de acuerdo a los mismos. Los ademanes de François que hasta ayer eran normales o sosos, hoy todo el mundo los ve amanerados o propios de una loca. La exmujer de Pignon, que ni siquiera se dignaba a hablar con él por teléfono, de repente quiere quedar con él en persona... Todo el mundo cambia de golpe para Pignon porque de golpe, todos han cambiado la percepción que tienen de él, y en esa vorágine de cambios, se dará cuenta de que para alzar la voz y ser valiente, sólo hay que partir de la base de que los demás crean que lo eres. Como el propio François admitirá "desde que me hice pasar por homosexual, empecé a portarme como un hombre". 

Estrenada en 2001 bajo la dirección de Francis Veber (quien ya nos había regalado obras como La
cena de los idiotas), Salir del armario vino con el nuevo milenio a demostrarnos que, aunque la sociedad había avanzado muchísimo, en primera había cosas que no cambiarían jamás, como los prejuicios y los cotilleos, y en segunda, que avanzar, no significaba tener que ponerse en el lado contrario, sino sólo ser coherente y tener sentido común. Su protagonista, Daniel Auteuil, olvidado después de su papel en "Mamá, hay un hombre blanco en tu cama" (dirigida por Coline Serrau, que antes nos trajo el clásico moderno Tres solteros y un biberón, recordadme que os hable de ella un día de estos), y ligeramente conocido por papeles secundarios en cintas como Un indio en París, relanzó su fama en nuestro país gracias a ésta cinta, lo que permitió que años más tarde fuese estrenada en cines Usted primero, una deliciosa comedia romántica de las pocas que yo soporto, ya os hablaré de ella en verano. Otras cintas suyas más serias como Asuntos internos (cinta policíaca en la que también comparte cartel con Depardieu) o la agridulce Conversaciones con mi jardinero ya pasaron directamente a vídeo. Admito que es uno de mis actores fetiche, pero reconozco que el cine francés tiene una manera de narrar algo calmosa y distinta en general de a lo que estamos acostumbrados; no son películas que yo vaya a recomendaros salvo si tenéis ganas de ver cine por puro amor al Cine. Vamos, que son áridas con ganas. 

Salir del armario es una cinta de enredo pero con un fondo muy bueno que nos invita a reír y pensar, lleva el sello Veber de principio a fin, y es de duración breve (apenas 90 minutos; Francis Veber es de los que piensan que lo bueno, si breve, bueno es dos veces. Y la verdad que no le hace falta más tiempo para contarlo todo y contarlo bien). No es apta para niños, pero es muy recomendable para adolescentes. Sabe hablar de relaciones humanas tanto sentimentales, como sexuales, como paterno-filiales, y todo sin perder la risa. Cinefiliabilidad 5, lo que significa que puede costar un poquito por la diferencia de estilo narrativo, pero salvando eso, es fácil de ver. 


"Jason... ¡mi maravilloso niño especial!" Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.