— Lanzallamas. Disparo a la puerta — digo yo, y el tío Creepy me mira como si estuviese loca, así que me reitero —. Disparo a la puerta con el lanzallamas. 

     ZombiD sonríe y tira el dado por el disparo. La tirada es éxito, así que el lanzallamas destruye la puerta, pero hace saltar también las baterías de energía que estaban detrás. El tío Creepy ya canta victoria, pero entonces ve que sus tropas se diezman. 

     —¿Qué...? Espera, no, ¡NO! — protesta, pero yo no puedo dejar de reír. 

     —Las baterías explotan en círculo y el gas va en dirección del viento, hacia el conducto donde están tus tropas — explica D —. No digas que yo no previne hacia dónde iba el viento. Pierdeeees... todos los hombres en las dos primeras casillas, por la explosión. Y por el gas... dos dados de diez de hombres. 

     El tío Creepy maldice y se queja, no hay derecho, dice, ha sido un error de cálculo, y me asegura que ya veré a la próxima. No lo dudo, pero esta partida creo que la gano yo. A veces, no es tan importante tener la ventaja numérica o de potencia de armas... a veces, cuenta más idear un buen plan de acción y una estrategia eficaces. De eso trata nuestra cinta de hoy, en la que unos sitiados tendrán que defenderse contra una horda brutal. Hoy, en Cine Freak Salvaje, Asalto a la comisaría del distrito 13.





     Dicen que los Estados Unidos, cuando no tienen enemigos se los inventan, pero que no pueden estar mes y medio sin sentirse amenazados o emprender una cruzada. Si repasamos la Historia de esta nación, veremos que el dicho no se aleja demasiado de la realidad. La cinta que hoy nos ocupa, nos lleva a darnos cuenta de hasta qué punto se explota el miedo como forma de arte en el cine de acción y terror (obviamente), pero también de cómo una película hecha con el respetable propósito de exprimir un género, se ganó un puesto y un nombre por derecho propio.

     Un grupo de pandilleros a punto de delinquir es sorprendido por un batallón de policías, quienes, viendo que están dispuestos a defenderse con armas automáticas, abren fuego contra ellos y se produce a matanza aterradora que abrirá los telediarios al día siguiente. El resto de pandilleros, indignados ante el ataque sufrido, juran venganza. Paralelamente, un joven teniente de policía es enviado a la vetusta comisaría 13 del distrito 7 (sí, el título no está bien adaptado, pero el trece tiene tanto romanticismo...), a supervisar el cierre por traslado de la misma. Por su parte, una prisión cercana prepara el traslado de tres prisioneros y, cuando uno se ponga gravemente enfermo, tendrán que parar en algún sitio. Y la guinda, la pondrá una niña a quien su padre le da dinero para un helado, y ésta acude a un heladero que debe dinero a los pandilleros, en el mismo momento en el que estos se deciden a cobrar el dinero y nos dejan saber que si hay algo que les revienta, son los testigos.

Durante la década de los setenta, el problema de la integración de los inmigrantes se volvió tan real como acuciante. La política demócrata de la época había tomado una resolución de aceptación y apertura de puertas, pero no había ido pareja de parte de toda la población. La mayor parte de los norteamericanos, en especial los de mayor edad o mayor poder adquisitivo, no veían con buenos ojos el compartir su país con negros, menos aún con hispanos. La crisis energética que se produjo durante la segunda mitad de la década de los setenta se cebó con los más pobres, y la heroína barata ofrecía un pequeño paraíso, falso, temporal y mortal, pero paraíso al fin y al cabo, en el que muchos jóvenes escapaban a una vida diaria que no les ofrecía más que frustración, pobreza y hambre. Era el caldo de cultivo perfecto para las bandas callejeras instaladas en barrios pobres de mayoría inmigrante, y no pocos conflictos se produjeron durante este período. Conflictos que se saldaban con tiroteos en plena calle y violencia social. La sociedad norteamericana tenía miedo de aquéllos jóvenes que, sabiendo que no tenían nada que perder y quizá sí algo que ganar, traficaban con drogas, secuestraban a chicas, reclutaban a la fuerza a chicos y se liaban a tiros en plena calle contra otras bandas o la propia policía, y "Asalto..." no fue la única cinta que explotó ese miedo. Películas como The warriors o Yo soy la justicia también lo hicieron, y hasta en clave de humor nos enfrentamos a bandas callejeras, como vimos en Loca academia de policia 2. 

     John Carpenter, músico y director, bebía directamente del cine de terror cuando rodó esta cinta,
influencia que demostró sólo dos años más tarde cuando nos ofreció su Halloween. La película sigue una estructura de aumento de la tensión tan clásica como efectiva, y que funciona del mismo modo que en el porno, lo hace el morbo. Carpenter nos presenta una situación, unos personajes, y los mete a todos juntos en el mismo lugar, como quien mete ingredientes en una olla y deja que se hagan a fuego lento. Es el espectador quien, con su imaginación, empieza a anticiparse, a "temer" lo que finalmente ocurrirá. Así, cuando vemos a uno de los presos ponerse enfermo, cuando vemos a la niña ir a por su helado o a otro preso tumbar al alcaide sin parpadear, sabemos con exactitud que esos personajes están destinados a encontrarse, a propiciar la detonación o que estamos ante el protagonista indiscutible respectivamente. 


  La cinta es una exploitation (en lenguaje cinematográfico, este término se usa para significar las películas que se hacen a rebufo de otras; ¿que tiene éxito Gremlins? Bueno, pues vamos a hacer películas de bichejos peludos y malvados, y así tuvimos Munchies, Critters, Ghoulies...) de la cinta del oeste Rio Bravo, pero llevada a la actualidad. El esquema que sigue es muy similar: un grupo de personas se encuentran sitiadas, imposibilitadas de comunicarse con nadie debido a las circunstancias y asediadas por un grupo de criminales, y tendrán que valerse de su ingenio para vencer a una fuerza superior. No obstante, mientras que en la cinta dirigida por John Ford primaban el valor o el honor, en la de Carpenter es el puro deseo de supervivencia lo que dirige a los protagonistas; sólo muy de pasada nos recordarán que están protegiendo la vida de una persona que se ha refugiado allí, perseguido por los pandilleros, pero los protagonistas saben que el ofrecerles a su presa, no hará que sus acechadores cejen en su empeño. 

    


 El punto de vista moderno, a la par que original y cargado de violencia gráfica, hizo de "Asalto..." una cinta recibida de desigual manera por público y crítica. Por una parte, se criticó ferozmente el uso de violencia gratuita y más aún orientada contra un personaje muy concreto, cuya muerte horrorizó a la práctica totalidad de los críticos y el público era incapaz de creer; por otra, se alabó con sinceridad el clima de tensión y la extraordinaria dirección que transpiraba la película. Podía ser violenta, podía ser excesiva y sangrienta... pero era una gran película, eso nadie podía discutirlo. Si bien la acogida del público norteamericano fue sólo tibia, cuando la cinta cruzó el charco y se estrenó en el Festival de cine de Londres, obtuvo críticas muy positivas, lo que la lanzó en el resto de Europa, y la convirtió en una película de culto en pocos años. Gracias a ella, Carpenter vio impulsada su carrera y se le consideró el nuevo genio de la serie B, capaz de conseguir películas muy buenas con fondos ínfimos. 

    Asalto a la comisaría del distrito 13 es una película cargada por igual de violencia y de tensión, una cinta breve y muy entretenida que apenas da respiro al espectador. Un clásico de videoclub que merece la pena ser descubierto y disfrutado como la ópera prima del director que más tarde nos trajo Están vivos y Golpe en la Pequeña China. Una cinta que nos demuestra que la serie B encierra joyas, no por desconocidas menos apetecibles, y un clásico del cine en general. Cinefiliabilidad 8, lo que significa que es dura (tanto, que no se ha quedado ingenua pese a los más de cuarenta años que nos separan de ella), no es tolerada, pero es probable que guste a tus padres o a tus amigos si les gusta un poco el cine. 


"¡Matadle! ¡Seis horas de viaje cantando "soy un pobre presidiario", seis horas! ¡MATADLEEE!"




"Tu padre es". Si no coges esta frase, tienes que ver más cine.